Unión y diálogo

Los llamados a la unión no son nuevos en el país. Lo han hecho todos los presidentes de la República ante amenazas externas e internas. En este segundo caso, cuando han ocurrido desastres naturales de envergadura, por ejemplo.

Pero esos llamados, si el denominador común fue la búsqueda de acuerdos políticos los resultados no surtieron efecto.

El presidente Guillermo Lasso, en su discurso por los 487 años de fundación de Guayaquil, volvió a pedir unión.

A la par, el presidente de la Asamblea Nacional, Virgilio Saquicela, ha remitido a Guillermo Lasso una carta en pro de lograr acuerdos legislativos.

Y para eso pide diálogo. Esto permitirá al jefe de Estado, en su calidad de colegislador, y a los asambleístas, encontrar puntos de apoyo, consensos mínimos, para operativizar “los derechos de los ecuatorianos”.

Según la propuesta de Saquicela, eso favorecerá “acuerdos mínimos” encaminados a evitar los vetos totales de los proyectos de ley o reformas a la legislación vigente.

Pide, por lo tanto, integrar una comisión con miembros del Ejecutivo y del Legislativo, “para consolidar el diálogo entre las dos funciones del Estado”.

A juzgar por la buena intención, tales llamados no le vendrían mal al país.

Empero, en lo económico la visión del gobernante no sintoniza con la de los diversos bloques legislativos. Estos, más bien, presos de su radicalismo, quieren imponer sus propuestas.

En otros casos, por afanes electoralistas y de una oposición malentendida, optan por esquivar el bulto, cuando no lavarse las manos.

En lo político, el panorama es más complicado. Hay una nueva mayoría en la Asamblea cuyo objetivo es arrinconar más al Gobierno, alzarse con los organismos de control, si es factible con la Justicia, absorbiendo al Consejo de Participación Ciudadana.

El Gobierno luce solitario, atenazado, preso de sus imprecisiones, de su palabra no meditada, de designaciones contra natura.

Pero si el llamado a la unión y al diálogo encuentra un sendero por el bien de Ecuador, bienvenido sea.