Contaminación cultural

Hernán Abad Rodas

Pienso que, el único recurso que le queda al ser humano, para ejercer en forma ilimitada su libertad, es la cultura. La que podría salvarnos del pensamiento único y de la homogeneización de las ideas, que son las bases sobre las que se ha edificado la globalización.

Fortalecer las diferencias que caracterizan e individualizan a las culturas del mundo, es lo que nos redimirá de la catástrofe psicológica e espiritual, a la que nos ha conducido el nuevo orden mundial.

La conquista cultural comienza desde nuestros primeros años de vida, ya sea por parte de nuestros padres o de nuestros profesores al decirnos: “tienes que ser alguien”, de tal forma que, desde el momento de nacer, pasamos a la preparación para ser alguien. Para obtener este objetivo tenemos que conseguir dinero, poder, posición, premios, galardones o cualquier forma externa de identidad, que nos convenza a nosotros y a los demás de que somos personas muy valiosas.

En la lucha por conseguir todas estas cosas, nos convertimos en adictos al proceso. Las dosis ya no satisfacen, y no duran mucho y, empezamos a ansiar más, nunca creemos que tenemos lo suficiente.

En nuestra sociedad occidental se confunde el concepto de éxito, con el de la felicidad, esta confusión ocasiona gran sufrimiento a nuestro ser y a nuestro mundo. Walter Cooper aporta duras palabras al respecto: En ningún momento de la historia de la humanidad ha habido tantas almas traicionadas espiritualmente por la contaminación cultural en que viven ahora.

Desde pequeños nos han enseñado a ascender por la escalera hacia el éxito, de tal manera que como buenos muchachos vamos hacia la cima. El temor, el dolor, la lucha, la frustración, el vacío, son nuestros compañeros de caminata, en el trayecto nos encontramos cansados, sin rumbo, nuestros hijos se sienten confundidos, se pierden en el alcohol y la droga; a pesar de tener recursos económicos, viven una sensación de escasez a pesar de lo mucho que acumulan. En sus últimos años, cuando los individuos considerados exitosos llegan al último peldaño de la escalera que conduce al “triunfo”, se dan cuenta que ésta estuvo apoyada en la pared equivocada.

Lamentablemente, el éxito no se mide por el conocimiento o la lealtad o la sabiduría, sino por la posesión de bienes materiales y por el número de ceros a la derecha en la cuenta bancaria.

El desastre social y cultural continuará, sino dejamos la televisión, abandonamos las revistas del corazón, y volvemos a las bibliotecas a leer, aprender y a reflexionar que tanta falta nos hace.

Considero de vital importancia retomar la enseñanza, el respeto y la conservación de nuestros valores culturales; combatir sin tregua la corrupción y al autoritarismo, para conquistar nuestra verdadera independencia y dignidad. (O)