Un cóctel diabólico

David Samaniego Torres

No averiguo dónde ni cuándo, sino por qué perdimos la ruta y nos extraviamos de tal suerte que hoy no encontramos la vía perdida, peor aún, ya no se sabe cómo era esa vía por donde nos movíamos en nuestras jornadas hacia un mañana con la seguridad de amanecer vivos. Lo que nos pasa es tan grave que ignoramos la dimensión del mal que nos aqueja, de lo que en realidad sucede; no atinamos a formar un frente común para dar batalla a la adversidad y al desafuero. Los líderes cívicos hicieron mutis por el foro dejando en su lugar a mesías emponzoñados, apátridas y despiadados.

La organización de nuestro caos y apatía cívicos no surgió por generación espontánea, tampoco fue creada por las pandillas de siempre que buscaban el hurto, más no el homicidio, necesariamente. No todo estaba entonces perdido, la vida todavía tenía un tinte sagrado. Lo que hoy nos aflige, bueno no sé si a todos, a mi sí y superlativamente, es el BOCADO AMARGO o CÓCTEL DIABÓLICO que nos obliga a tragar una fuerza criolla desalmada y organizada, porque es fruto de seres emparentados con los amos y príncipes del mal, por personas privadas de la razón y el respeto, por individuos ajenos a principios morales, por almas vendidas jugosamente al averno, en fin, por un grupo de seres trastocados moral y emocionalmente que busca solo y únicamente el bienestar personal y el de sus compinches.

Un cóctel diabólico: una Asamblea Nacional ajena a sus principios y finalidades, en busca del aumento de número de votantes, a cualquier costo, para trastocar el orden nacional y auspiciar eventos cívicamente repugnantes mientras las leyes indispensables para gobernar duermen el sueño de los injustos. La prensa nacional, todos los días, sin excepción, se ve obligada a llenar sus páginas con el número de muertos de la jornada anterior, con los robos y desfalcos, con los reos absueltos por los jueces, con la impunidad de los culpables, con la venta de drogas y la inercia de una burocracia en parte cómplice porque creó desabastecimientos y desfalcos.

Muy fácil, además de simplón e ingenuo, luego de un continuo crescendo de la debacle moral del Estado, decir hoy que la culpa es del Presidente Lasso. Mentirosos, farsantes. Si Guillermo Lasso tiene una culpa es la de haber pensado que se podía aún hacer de Ecuador un país democrático, próspero, humano, civilizado, ordenado y trabajador.  (O)