Algo más sobre los libros

Marco Carrión Calderón

El filósofo Montaigne decía: “Mi biblioteca es mi reino y en ella trato de que mi gobierno sea absoluto”. Los libros llevan el secreto en su interior, son quietos y tranquilos, al contario de los humanos no molestan ni asedian. Si no se les llama no vienen, pero están allí, silenciosos, guardando sus valiosos mensajes. Sólo hablan cuando se les pregunta. Nos cuentan historias, expresan pensamientos e inspiran otros, pero sin molestar.

A una persona se le conoce por su biblioteca, pequeña o grande, eso no importa. Sus libros nos dicen de sus gustos, ideas, inquietudes y curiosidad de una persona cultivada. Miquel Batllori cuenta en su biografía, que recordaba una frase de un escritor francés que decía que no conocía otra aristocracia que la de aquellos que en algún momento de su vida habían leído desmesuradamente. Somos en buena parte lo que hemos leído, lo que hemos conversado con los libros, lo que nos han contado, sugerido y descubierto. También somos lo que hemos digerido o mal digerido en nuestras lecturas. De los libros que Napoleón llevaba consigo en su expedición militar a Egipto, Werther de Goethe era uno de ellos. Lo interesante de la lista napoleónica eran las rúbricas en que calificaba los libros. Bajo el título de política, por ejemplo, se encuentra el Antiguo y el Nuevo Testamento y también el Corán. Es fácil deducir cuál era el punto de vista de Napoleón sobre los temas religiosos.
Lo que está escrito en los libros perdura en el tiempo, quizá para siempre. La Ilíada de Homero nos ha permitido conocer la guerra y la vida de Troya que ni siquiera se sabe a ciencia cierta en dónde estuvo emplazada. Pasan los hombres y las mujeres, la historia rehace los hechos constantemente, pero los libros no mueren, aunque estén sepultados en un almacén oscuro a punto de ser olvidados. Siempre resurgen, vuelven a desempolvarse, releerse, reinterpretarse.

Perder la confianza en el libro, ya sea en formato papel o electrónico, qué más da, perder la seguridad de la palabra escrita, es abandonarse, abandonarlo todo y dejarse llevar por las modas y las propagandas de cada momento histórico. (O)