El trabajo infantil

Un reportaje publicado por este diario da cuenta de una realidad social de larga data: el trabajo infantil.

Ocurre no solo en Cuenca. Se refleja en todo el país, y en casi todas las naciones subdesarrolladas debido a múltiples causas, sobre todo las derivadas de la inequidad social.

Durante el periodo vacacional es más evidente. Niños y niñas, en los diferentes mercados de Cuenca, en el de El Arenal por ejemplo, venden frutas, legumbres, golosinas, tubérculos; y hasta se ofrecen para llevar los canastos de compras.

En esos lugares trabajan sus padres, por lo general en las mismas labores.

En otros casos se dedican a la mendicidad, visible en las intersecciones de calles y avenidas. En otros, laboran en la construcción, agricultura y labores de limpieza. Así lo confirma una psicóloga educativa, consultada para poner en contexto tan duro panorama.

Cuenca, desde hace varios años, atrae a cientos de familias procedentes de áreas rurales de los demás cantones del Azuay; igual de Cañar y hasta de Loja y de El Oro.

En los últimos tiempos, incluso de Venezuela, como lo fue del Perú en su momento.

Llegan en busca de oportunidades. En sus lugares de origen no las tienen, peor si se aferran a la agricultura, una actividad cada vez más a la baja.

Los más se dedican a la informalidad, al menudeo, a la reventa; en el caso de los varones, a laborar como estibadores.

Subsistir es la meta. Con seguridad, viven hacinados y con ingresos diarios bajísimos. En semejantes condiciones la niñez se ve impelida a ayudar a trabajar a sus padres. También es obligada.

Como lo piensa la profesional consultada, eliminar el trabajo infantil, en la práctica resulta complicado, pues esas personas no tienen otra opción.

Entendiendo tal complejidad, la fundación PACES optó por dar un acompañamiento integral a la niñez y a sus familiares, cuyos derechos y seguridad –dice- deben respetarse.

Mientras persistan las inequidades sociales de tipo estructural, la problemática expuesta no tendrá fin.