Los peores tiempos, son los mejores…

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Es una de las grandes paradojas del periodismo y la literatura: estos tiempos, tiempos complejos en los que la inseguridad y la violencia llaman a la puerta, en los que los apetitos de la política anulan al gobierno, ya de por sí, carente de reacción; tiempos en los que la corrupción campea más exhibida de que denunciada; en los que el centralismo olvida a los territorios y los condena al ostracismo; en los que la justicia tiene precio y la decencia se vende al mejor postor… estos tiempos malos para la gente son los mejores para quien dedica sus horas al singular oficio de escribir.

Y no, no se escandalice todavía. Es que sucede que la rabia y la indignación son motores poderosos que encienden los teclados en una suerte de catarsis que eleva el intelecto y afila la mente. Sí, son los tiempos difíciles cuando la investigación y la literatura se levantan, miran al poder a los ojos, le cantan las verdades. En todas las direcciones aparecen nuevas plumas, más sensibles, más incisivas, más inteligentes, que reivindican el oficio de escribir, que opinan espeso, que opinan vertical. La crónica, los portales digitales, los blogueros (GK.City, La Barra Espaciadora, Plan V, 4 Pelagatos, La Posta y 1.000 Hojas entre un largo etcétera) se abren paso en medio de un huracán de noticias falsas,  aparatos políticos de comunicación dirigida y medios de comunicación a la venta.

Y claro está, el hecho de denunciar al poder o señalar a la delincuencia, tiene un precio. Un alto precio. Será por eso que ninguna profesión, ninguna en la historia, tiene tantos mártires como el periodismo y la literatura. Desde las hogueras de la Santa Inquisición, hasta los oscuros pasillos de las dictaduras, el ejercicio de escribir demanda, muchas veces, jugarse la fortuna y el pellejo. Y bien ¿Qué se puede hacer? Es parte del oficio. Ya el gran Eduardo Galeano solía contar que, cuando Servet esperaba arder en la hoguera de la Inquisición, había un libro junto a él. En la cubierta se distinguía un grabado: “Libertatem meam mecum porto” decía.  “Llevo mi libertad conmigo”. Llevo mi libertad conmigo… (O)