La deserción escolar

No puede pasar desapercibido un hecho por demás preocupante: la deserción escolar en el Ecuador.

Para el año lectivo 2022-2023, en el régimen Sierra-Oriente, inaugurado hace dos semanas, 56.675 alumnos no se matricularon. Lo reconoce el propio Ministerio de Educación.

La deserción, cuyo pico más alto ocurrió durante la pandemia, se produce con mayor fuerza en las zonas rurales. Igual, en los sectores urbano-marginales de las ciudades.

Muchos educandos se ven obligados a trabajar para ayudar a la economía familiar. La pobreza, ni se diga la extrema pobreza, lleva a tomar esas decisiones, a lo mejor muy a pesar de los padres de familia.

Otra de las causas es la migración hacia el exterior, sobre todo en provincias como Azuay y Cañar, donde este fenómeno social tiene altísimos índices.

De hecho, hay más. El embarazo de adolescentes, cada vez más frecuente, por ejemplo. Han sido identificadas otras, pero las soluciones se diluyen; peor si no hay el compromiso, incluso del propio núcleo familiar.

De acuerdo a la ministra de Educación, María Brown, la deserción empieza desde el octavo de básica. Por lo tanto, muchos estudiantes no terminan la secundaria.

Eso lo corroboran los datos del INEC: en el país, solo siete de cada diez estudiantes secundarios terminan el bachillerato.

Eso deja entrever el incremento del analfabetismo, una lacra social imposible de aceptar a estas alturas del siglo XXI.

Ese Instituto cataloga como analfabeto a quien siendo mayor de 15 años no sabe leer ni escribir; o solo lee o escribe. En semejantes condiciones estarían alrededor de 800 mil ecuatorianos. Una realidad, en verdad lacerante.

El 7 de septiembre iniciaron las matrículas extraordinarias.

Durante este periodo, algunos educandos podrían matricularse. Es la esperanza de María Brown, un tanto ilusoria por cierto.

Es la realidad educativa del Ecuador. Hay más subsidios para los combustibles, menos presupuesto para educación y salud.