Pobreza y violencia

Edgar Pesántez Torres

Las situaciones de zozobra y desesperanza que soportan los países latinoamericanos, más en aquellos dirigidos por gobiernos despóticos y populistas, es comprable con las grandes catástrofes bélicas o las epidemias que el mundo sobrelleva como la del Covit-19 o la guerra de Rusia-Ucrania.

En algunos casos el hilo se ha extendido demasiado y el recipiente ha colmado el límite, consecuentemente se ha roto el encubrimiento de la paz social con derrame de secuelas fatales.

El pueblo no aguanta el ayuno y la pobreza. Mientras tanto los mandatarios batiburrillos condenan con vituperios a voz en cuello los designios del FMI, BM, OMC… e irónicamente cumplen sus propósitos.

Igual acontece con los falsos líderes que blasfeman contra los organismos mundiales y a escondidas del pueblo tragan sus dádivas y se pasean en sus metrópolis. No obstante, las explosiones sociales lo demuestran hasta dónde pueden llegar las secuelas de la desigualdad y la pobreza, si se sigue actuando con dejadez la situación indigente de las mayorías.

Innúmeros han sido los parámetros para explicar el grado de pobreza y subdesarrollo de los pueblos americanos, cada uno apuntando a ciertas áreas específicas. Empero, las estadísticas en torno a la delincuencia, huelgas, paros, sicariatos, narcotráfico y asesinatos que se dan en las naciones subdesarrolladas, no las demuestran sino únicamente las especulan con las evidencias cotidianas.

Al no soportar la dureza de la vida, se ha visto incrementar estos fenómenos y rodar del trono a gobiernos incapaces y ladrones, que luego son perseguidos por la justicia como simple escándalo, nada más.

En este tiempo asistimos a un auge de la delincuencia y de las emigraciones por la falta de trabajo y el poco ingreso económico. Hoy por hoy ni siquiera los betuneros y albañiles se salvan de los robos.

Los carros son desmantelados en un abrir y cerrar de ojos, los almacenes y bancos cosa igual. Por unos cuántos dólares se mata, por unos zarcillos se rasgan las orejas y por una manilla se amputa la mano…

Todo esto tiene una explicación: la desocupación y la pobreza, siendo signo patognomónico de ellas la delincuencia.

El primer deber de los gobernantes de los países subdesarrollados debe ser buscar fuentes de trabajo con remuneración adecuada, no con discursos teóricos y fallidos sino adoptando medidas decisivas, con sentido de servicio social y de justicia. ¡Eh ahí uno de los fracasos del señor Lasso! (O)