Las Cruces sobre el Agua

ANDRÉS F. UGALDE VÁZQUEZ

“…Que orgullo y que desgracia haber nacido en Ecuador ¡Pero qué fuerza saber que nuestro destino es nuestro mundo y que ni se quiere ni se puede salir de él! …” es como, parafraseando, se evoca el inmenso desasosiego de Gallegos Lara y su magistral obra literaria, ante la tragedia ocurrida en su amado Guayaquil un 15 de noviembre, hace exactamente 100 años. Años aciagos en los que las grandes urbes del Ecuador, miraban multiplicarse los barrios residenciales de una opulenta clase dominante al tiempo que se multiplicaban también los suburbios obreros. Vastos caseríos de rabia y miseria, dónde lo peor eran los niños, medio desnudos, sucios y escuálidos que “…de niños, es decir, hijos de hombres, no tenían sino los ojos: excesivamente blancos y con la gotita de una luz de miedo” ¿Su hijo sería así?– se pregunta con angustia el obrero que protagoniza el relato –ante esos niños del pueblo que, no sé porque, son más niños que los demás…

Sin embargo, justo de en medio de la miseria, florece el orgullo: dos panaderos renuncian a la indignidad de la explotación para montar un horno destartalado, donde trabajaban frente a la candela, noche tras noche, sin luz, sin comida, sin tregua. Solitarios. Emperrados. Conscientes de que no se harían ricos,pero ciertamente, defenderían lo que ellos llamaban “su mal genio” y que, en verdad, consiste en la indoblegable dignidad del pueblo, en el mundo entero.  Ya Europa ardía en la lucha y las chispas en América iban encendiendo hogueras. Chicago y el glorioso 1 de mayo. Argentina y su “semana sangrienta”. Y finalmente Ecuador y la huelga general de 1822, donde el pueblo se ofrendó ante los fusiles.

Atroz matanza en la que centenares de cadáveres del pueblo inmolado, fueron lanzados a la ría desde el malecón, y el homenaje silencioso del pueblo, por el cual centenares de cruces flotaron, en pequeños faroles, sobre las aguas del manso Guayas. Homenaje valiente de ese pueblo que honra a sus mártires y recuerda que el sacrificio de los caídos aquella tarde quedó grabado como la mordedura del hacha en el tronco del guayacán. Ayer, hoy, para siempre… (O)