2-1  6-1  2-0

Aurelio Maldonado Aguilar

Decidido a mirar al linajudo y favorito equipo argentino y su estrella Messi que es, por sí solo, un espectáculo y que siempre mostró ser un jugador sin posturas ni tretas de golpes o teatros en la grama, mi primera acción para asegurarme ser fiel espectador, fue colocar alarma en el celular a las 4.50 y conscientemente concluí que tendría que dormir pronto, cosa difícil por acostarme algo tarde siempre, pero mi lucha fue tenaz y luego de pensar un buen rato en que si existe o no Dios, que pertinazmente lo busco o solo somos un accidente de una mota de polvo en una inmensidad de gases y estrellas sin fin y en medio de estas altas tribulaciones, me dormí. De improviso, luego de un tiempo de sueño, desperté y el reloj de mi velador me aclaró con sus casi inmóviles saetillas que, recién era media noche, por lo que me arrebujé en mis brazadas y volví al sueño. Pasó un tiempo determinado por la rotación de la tierra más no por mi cognición y de un salto volví a ser consciente, pero esta vez me adelanté con cinco minutos a la estridente alarma que nunca se activó y respetuosa y paciente esperaba cumplir el horario, mientras que mi inquieto inconsciente que tiene alarma propia me despertó. Y la luz fue en la TV. Hube de hacerme un café y calentar una empanada de queso que dejé listo para no perder tiempo, bebida y bocado que me alcanzaron para escuchar los himnos de los equipos de la lid. Los albicelestes empezaron con parsimonia y precisión y no tardaron en encontrar la ruta clara de gol con la que empezaban ganando muy tempranamente, pero luego los árabes, aquellos que los argentinos decían que solo saben de camellos y no de futbol, les clavaron, por usar un término futbolero, dos soberbios golazos y ganaron. Y vino la mañana y por fanático del balompié pasé todo el día con un sueño de marmota invernando y recordé claramente cuando corrían los años 71 y 72, cuando uno de los más importantes alcaldes cuencanos, mi pariente Alejandro Serrano Aguilar, organizó y creó el deportivo Cuenca, cuyos jugadores fueron una buena temporada, semidioses que se aprovecharon, diría yo, de chicas guapas y circunstancias que se derivan de la fama. El Estadio que el reconstruyó y hoy lleva su nombre tenía graderíos de madera y debíamos madrugar todos los de la familia fanática para entrar y ver como corría a zancadas de zancudo al caldo de huevos y el driblin del simpático negrito Tenorio. (O)