Un viaje hacia la luz

Hernán Abad Rodas

La tierra en que vivimos, está más afectada por el egoísmo, la codicia, la corrupción y la insolvencia moral, que por cataclismos naturales.

Más allá de la geografía destruida por los terremotos, las inundaciones, huracanes, violencia, terror etc. está el mundo interior del ser humano, tan poco reconocido y sin el cual el hombre termina convirtiéndose en un lobo para él mismo y para sus semejantes.

Densas sombras de dolor, angustia y desesperanza, cubren un porcentaje nada despreciable de los ocho mil millones de personas habitantes de este convulsionado planeta. El hombre actual está inmerso y comprometido con los valores materiales y mentales; no así con los valores espirituales y morales.

El hombre de hoy, se preocupa más del cuidado del cuerpo, desde que se forma en el seno materno, hasta el momento en que deja de existir. Vemos como ha elaborado una gigantesca infraestructura para su cuidado y ha puesto en último lugar a su espíritu.

La verdadera luz en todo su esplendor se proyecta en nuestro interior, para permitirnos descubrir lo más grande, lo más valioso, lo incomparable que existe entre nosotros: la espiritualidad.

Para poder soportar estoicamente las angustias de este mundo globalizado, urge que emprendamos el viaje hacia la luz; el camino es duro y difícil, debemos iniciar una larga ruta: no dejaremos de tropezar, de dar con los otros, de caer, de fatigarnos.

El tiempo y el lugar son estados espirituales; todo lo que se ve y todo lo que oye es espiritual. Si cerramos los ojos, percibiremos todas las cosas a través de la profundidad de nuestro yo interior, veremos el mundo físico y celestial en su integridad, entraremos en contacto con sus leyes y sus preceptos.

Para que el corazón recupere su sensibilidad, aprendamos otra vez a observar las flores, establezcamos una relación con los árboles, las rocas y los ríos y bajo un cielo de libertad tendremos que empezar otra vez un diálogo con las estrellas.

Guiados por la luz de la gracia Divina, emanada desde la antorcha de la libertad y la dignidad, supremos valores humanos, es hora de comenzar a transitar por el sendero de la paz, la justicia y la verdadera democracia.

Meditemos en nuestra luz interior y ésta se convertirá en nuestra acompañante, dando lugar a un gran descubrimiento. Ese día una persona se vuelve inmortal.

Para rescatar nuestra verdadera identidad y nuestro espíritu, aprendamos el arte de danzar con la vida y la paz. (O)