Ojo por ojo

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Es un tema que me viene apretando el corazón. Bukele, aquel presidente centroamericano, hoy famoso por barrer de las calles la violencia con más violencia y dispensar un tratamiento inhumano a los presos, negando e irrespetando los más elementales derechos humanos. Y la gente aplaude de pie. ¡Eso es lo que merecen! decimos todos, invocando la pena de muerte y haciendo preguntas del tipo: ¿porque respetar sus derechos? ¿Y dónde están los derechos de sus víctimas? Caramba, estamos tan asustados, estamos tan resentidos…

Y sí, alguien me decía, a modo de argumento: ¿y si fuera tu hijo el que ha caído víctima del torbellino de violencia? La respuesta es clara: probablemente pediría cabezas, así como, si fuera mi hijo el que estaría encerrado en esos pozos sin fondo que llamamos cárceles, me apostaría en la puerta a pedir misericordia.

Pero este escenario, resume, por definición, la ausencia de razón. Y un Estadista no puede pensar así. Debe, por el contrario, actuar pensando en un ciudadano que nunca ha visto, pero que forma parte del colectivo humano. Y no, no podemos, por considerarlos monstruos, convertirnos nosotros en lo mismo. Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, y de vuelta a la sociedad primitiva, superada hace miles de años, que mandaba pagar sangre con sangre. No, aunque duela, no podemos olvidar que somos una sociedad de civilizada, que vivimos en un Estado de Derecho.

Y aquí hay que andarse con cuidado, porque si no podemos dispensar la vida, no nos apresuremos entonces a dispensar la muerte, que ni el más sabio de los hombres conoce el final de todos los caminos, y aún los más enfermos, los más violentos, capaces, lo admito, de una crueldad indescriptible, son personas, y hasta donde sé, parte de nuestra sociedad, subproductos de nuestros barrios marginales, del narcotráfico, de la enorme pobreza que decidimos ignorar. Ellos son los más violentos porque alguna vez fueron los más vulnerables. Y cuando uno muere en una prisión, cuando pensamos que ya no merece ni siquiera el esfuerzo, entonces somos todos, como sociedad, los que fracasamos, lo que nos hemos dado por vencidos… (O)