El honor

Edgar Pesántez Torres

“Todos somos inocentes, hasta que se demuestre lo contrario”, es un dicho popular que sirve para sentar jurisprudencia y defender la dignidad de las personas. Y así debe ser, porque de otro modo, la venganza, la envidia, el odio y el sentimentalismo encontrarían una tribuna ideal para desprestigiar la honra de las personas, por cuanto medio este a su alcance.

Este aspecto de ética profesional, que debe ser celosamente cumplido por los diferentes oficios que el hombre desempeña, ha tenido un desmedro en ciertas profesiones. Estremece ver u oír cómo, en ciertos medios digitales, en donde abundan arrogados periodistas, dar pábulo a las más antojadizas denuncias; además, interpelando a personajes con preguntas cínicas y descocadas para desprestigiarlas o insinuarlas a que agravien al otro. Es más, con osadía y atrevimiento emiten juicios temerarios para deshonrar a los que no son de su agrado, quién sabe a cambio de qué.  

Esto viene al caso por cuanto en las últimas semanas cualquier filibustero crea un espacio en Internet y desde ahí emite toda clase de improperios en contra de enemigos personales o de candidatos a elección popular que no son de su agrado, desnaturalizan su personalidad y menoscabando su pasado. Así como se pide ponderación a los actores políticos, así también hay que exigir a quienes fungen de comentaristas o reporteros clandestinos, hagan su trabajo con responsabilidad.

El honor es uno de los más altos valores que el hombre alcanza y nunca la debe perder, menos por caprichosas conjeturas de enemigos gratuitos. Ya se ha dicho que el honor es un concepto de la conciencia moral y una categoría de la ética, que abarca los aspectos de la conciencia por el individuo de su significado social y de su reconocimiento por parte de la sociedad. Cuesta mucho alcanzar honor, a la vez muy fácil derrumbarlo. Si uno mismo es culpable de su derrumbe la cosa es deplorable, pero si es un tercero que lo haga sin causas, es infamante.

En este tiempo ha desaparecido aquella sensibilidad en los principios, entre ellos el honor, honor que los antepasados lo cultivaban como el mayor de sus valores. Basta saber que les dolía más una mancha a su dignidad que una herida a su cuerpo.  Si el honor es como la “divina juventud”, que una vez que se la pierde no se la puede recuperar, a quienes la mancilla hay que perseguirlo con el desprecio popular y la justicia.  (O)