Chigüinda: en las faldas del Matanga

Edgar Pesántez Torres

Ocurre que en este país y en estos tiempos lo urgente desplaza a lo importante, el escándalo suplanta a la decencia y el odio releva al amor, lo que hace desvanecer la reflexión pausada y el sentimiento íntimo de los hombres de bien. Por ejemplo, sortee una conmemoración cívica de un pueblito mítico e histórico que cumplió 77 años de parroquialización civil: Chigüinda, casi en el límite de las provincias de Azuay y Morona Santiago.  

En 1980 tuve que prestar mi conscripción médica en esa aldea enclavada en la Cordillera Oriental de los Andes, en las faldas del Matanga. Ahí supe de sus descubridores el padre franciscano Prieto y el doctor Pablo Hilario Chica, luego colonizado por familias sigseñas y cuencanas como los Vega Muños, también por los misioneros jesuitas, la santa Mercedes Molina y los salesianos, todos con obra evangelizadora y de servicio asistencial.

No existía vía carrozable, cuando más una trocha por donde se movilizaban carros maltrechos hasta Las Antenas (límite entre las provincias descritas), otero a 400 mts. de altura en el Matanga, desde donde se descendía por el terrible Churuco a lomo de mula si no llovía, caso contrario a pie siguiendo un riachuelo que descendía hasta Tendales y Granadillas, luego se franqueaba el Río Blanco y llegaba a Gallo Cantana y Sangurima para finalizar en Chigüinda, antes pasando el paraje selvático donde se refugió el presidente Luis Cordero que le hizo decir: “Aquí, mi libertad y mi paz”, quedando bautizado el lugar como La Libertad.  

Recibí una invitación del GAD de Chigüinda que preside el Lic. Servio Rodríguez para participar en el programa de aniversario que se cerrará con la Sesión Solemne el 5 de este mes. Al consignar mi agradecimiento y excusa por mi inasistencia, extiendo el recuerdos y respeto al pueblo y sus habitantes, quienes prestigiaron al lugar y a su descendencia con trabajo denodado y amor a la vida.

Todos poseen atributos especiales de generosidad y hospitalidad, pues, evocarlos a los que conocía es tarea imposible para una falible memoria. Aquello no me exime citarlos a algunos que viven en mi mente: Amandita Cabrera, compañera de trajano; Nelson Illescas, jefe Político; Rosario Guzmán, síndica; Mercedes Orellana, quien me alimentaba; profesores Fausto Ávila, Nancy y Adriana Reinoso; Gustavo Herráez, Polibio Cobos, Matías Ortega, Julio Quiroga, los hermanos Luis y Víctor… Muchos idos pero presentes la memoria del pueblo por su legado.  (O)

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