¿Sobrevivientes?

Jorge L. Durán F.

Por estos días, hace tres años, comenzaba la pesadilla provocada por un “invisible”.

Del miedo se pasó al pánico. La “normalidad” se hizo trizas. Los sueños se estancaron. Una mascarilla tapó las sonrisas. El distanciamiento físico fue la regla impuesta. Cualquier síntoma se asumía como un casi seguro ataque del “invisible”.

El encierro humano asustó a pájaros y perros. La soledad se apoderó de las ciudades. Los muertos llenaron las calles. Nadie quería hacerse cargo de ellos, ni siquiera sus familiares. No todos los contagiados eran recibidos en los hospitales. Los médicos no sabían qué hacer.

En el mundo, más de once millones de muertos a causa del “invisible”. Los más, convertidos en cenizas; sepultados en cementerios improvisados, confundidos sus nombres, otros no identificados, otros ni siquiera reclamados; sobre todo sin ser despedidos, pedidos perdón ni perdonados, abrazados por sus seres queridos, por sus amigos. Solos, solos, dejando a los suyos también solos, solos.

Tres años después, bien podemos considerarnos sobrevivientes, sea que, aun contagiados sobrevivimos al “invisible” o este no nos escogió como parte de su artera flecha.

Transcurrido ese lapso, mientras la humanidad no deja de pasar por sobresaltos como la guerra, cuando no por el desamor, la insolidaridad, por la deshumanización producto de la maquinización del hombre, vale recordar a tantos y tantos amigos, familiares, compañeros, a los que el “invisible” les arrebató la vida, a muchos de un solo tajo; a otros, torturándolos a través de sondas, aniquilándolos hasta el último de sus músculos, y sin permitirles ver a nadie.

Así se fueron entrañables amigos como Eugenio “Tino” Palacios, los hermanos Ortiz Reyes: Alejandro y Gerardo; Humberto Reyes; Alfonso Álvarez, Celestino Durán, Thelmo Bonilla, Marcelo Serrano, Amador Beltrán, Alfredo Carrión, Hugo Jhonson Humala, Miguel Cornejo C., Luis Chocho, entre otros tantos, tantos.

Y uno más recién. Si bien no a causa del “invisible”, otra enfermedad letal terminó con la vida de Vinicio Parra A., médico traumatólogo radicado en México, donde ejerció su profesión con decoro y sapiencia. Otro amigo que deja un vacío dentro del vacío, a no ser por el recuerdo, esa única esperanza de mantener vivo a quien alzó el vuelo hacia el infinito.

Vueltos a la “normalidad”, sin intentar siquiera ser otros -el ideal pregonado (¿hipócritamente?) mientras cundía el pánico-, bien puede decirse que somos sobrevivientes al “invisible” cuyo nombre no merece escribirse. (O)