Una taza de café 

Eduardo Sánchez Sánchez

“El café debe ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como el ángel y dulce como el amor”

Charles Maurice de Talleyrand.

Premio al paladar que se dispone a saborear un bocado del extracto percolado de un grano de Etiopía, rincón denominado Kaffa, donde inició su cultivo hace 3500 años.  Y al sentido del olfato que nos transporta por una estela de mágica natura que permite a los humanos soñar, vivir, compartir, charlar, hacer negocios, enamorar, participar, decidir, ingerir antioxidantes neuronales, fragancia, aroma, sabor y placer para el amante del noble café. Pretexto sabio de experiencias sensoriales que permite las charlas de intelecto, propicia el nacimiento de amistades o atenúa las congojas del velorio, bloquea el sueño al estudiante. El mérito de los árabes es el haber descubierto sus propiedades y usos, que inicia con su domesticación en el siglo XVI, cuando el conocimiento de la planta “Coffea arábica” y la bebida hecha con su noble grano, vendrían a ser público y su consumo como bebida se abre paso entre el té, vino y cerveza. Se dice que los SUFÍES de Etiopía, descubrieron las propiedades del café que les permitía mantenerse en vela y alerta mientras meditaban.

Testimonian su paso desde humildes chuspas (término inca), V 60 es una funda japonesa para filtrar, hasta sofisticados mecanismos de máquinas europeas para espresso, la cafetera Moka  que  originan un verdadero patrimonio en elegantes y lujosas cafeterías como espacios de la noble bebida. Del café Espresso, se dice que es una combinación de ciencia y arte conjugada con reacciones físico-químicas para la obtención de unos 30 ml de bebida a partir de 7 g de café molido y agua a una temperatura de 88°C, a una presión de 9 bares en un tiempo de 25 segundos. En tipos hay tantos como café americano, macchiato, capuchino, marocchino, corretto, etc. este último lleva una chispa de licor (carajillo) como grappa, el sambucca con anisado, coñac o ron. (O)