El Bogotazo

Édgar Plaza Alvarado

   Día normal en la Bogotá de 1948. Frío en la mañana, atemperado al medio día. Nada presagiaba la anarquía se daría horas después por el asesinato de la figura más simbólica de entonces.

   A Jorge Eliecer Gaitán, pueblo-pueblo y jefe del Partido Liberal de Colombia, lo consideraban como el presidente próximo del país. De palabra encendida e incendiaria a cuyos sectores deprimidos decía representar, no del agrado de los sectores acaudalados que lo veían con desprecio y antipatía y que esperaban con anhelo “cualquier cosa” que evitara su presidencia. Pero Gaitán, muy respaldado por los sumisos que lo percibían como suyo, reivindicador de la clase pobre, especie de mesías natural, declaraba que, si lo mataban a él, mataban a Colombia. Y la fatalidad apareció.

   Hacia las 13h30, del 9 de abril de 1948, al salir de su consultorio jurídico para el almuerzo, un desocupado sin oficio, le disparó en el pecho. Los testigos del hecho comenzaron a gritar: “¡Mataron a Gaitán!” expresión que creció de forma alarmante y la furia no tubo contención. Al asesino Juan Roa lo lincharon y para las 14h00, cuando Gaitán moría, el cadáver de Roa era un amasijo de sangre y huesos quebrados, arrastrado por las calles como testimonio de la iracundia desmedida. Los bogotanos incentivados por las arengas de la radio y de extremistas como Fidel Castro que casualmente se hallaba allí para una entrevista con el líder liberal, mataron más a inocentes que a nadie, violaron hasta a las monjas de conventos de claustro, incendiaron, saquearon sin cesar. Para el fin del día los muertos pasaban de mil y culpaban a Mariano Ospina, el Presidente conservador de entonces, de la suerte de Gaitán. Ni el ejército enviado a las calles pudo contenerlos desarrollándose una verdadera guerra civil, ante la ineficacia de la policía desbordada.

  Hasta hoy, 75 años después, aún se desconoce quién o quiénes planearon, ejecutaron intelectualmente el acto del asesino inconsciente que dividió a Colombia para siempre y cuyas consecuencias aún vive la nación vecina. (O)