¿Guillermo Lasso, debe irse?

David G. Samaniego T

Los días de estas últimas semanas se han vuelto turbios, densos en todo caso: repletos de incógnitas nuevas. Son jornadas que necesariamente invitan a pensar, a detenerse en los hechos, a analizar causas, a buscar soluciones. Les confieso que yo tengo tiempo para hacerlo con calma, pero un grupo de amigos no lo tiene porque su trabajo y sus responsabilidades gastan sus minutos. Un porcentaje importante de compatriotas, quizá más del cincuenta por ciento, no piensa, porque no tiene costumbre de hacerlo, porque obedece a consignas de ciertos grupos políticos que “les dan pensando” porque ellos, por sí solos, nada quieren saber de política. En síntesis: para el pensamiento, para la investigación, para la búsqueda razonada de soluciones no hay tiempo ni consta en la agenda de muchos compatriotas.  Solemos, en el mejor de los casos, arrimarnos a las opiniones de parientes o amigos que apreciamos, más ´entendidos´ en la política o a las de miembros de partidos políticos siempre encargados de un proselitismo mesiánico. Esta es la realidad que observo en mi entorno, ustedes me dirán lo que pasa en su orilla.

No recuerdo haber estado alguna vez cerca del Presidente Lasso. No creo que él me conozca, pero esto no viene al caso. Hace ocho días mocioné que lo más importante para el país era que nuestro Presidente volviera a terciar en las urnas y que su reelección era sin duda el mejor acierto para el país, pero esto ya es historia.

Comparto la opinión de que la imagen real de nuestro actual Presidente es mejor de aquella que se ha vendido a la opinión pública. Un buen día el Ecuador sabrá aquello que hizo este hombre para el reordenamiento de la economía nacional y  para cuidar de la salud, debiendo para esto enfrentarse a dos enemigos igualmente arteros: la irrupción en el país de mafias  ajenas al respeto a las leyes y a la vida y, además la presencia de una Asamblea Nacional encargada de  orquestar a tiempo completo y con nuestro dinero, todo lo posible e imaginable para impedir la gobernabilidad  de alguien que fue legalmente elegido por el pueblo.

Si pensamos por un momento que los organismos del Estado tienen la obligación de encontrar soluciones a los males que agobian al país y proponer caminos para la recuperación de nuestros valores, entonces, necesitamos un borra y va de nuevo. (O)