Natalia

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Natalia nunca había visitado a un médium. Que esas cosas no eran más que superstición solía decir. Y sin embargo aquella tarde estaba allí: llamando a la ajada puerta con más desconfianza que entusiasmo. Pasaron algunos segundos y nadie atendía. Conste que lo había intentado, se dijo a si misma con alivio, antes de empezar a alejarse por la calle desolada. Un ruido seco la detuvo. Y un par de chirridos le avisaron que la puerta se abría a sus espaldas.
Una vieja mujer, de aspecto indefinible, se había asomado al dintel. No hubo saludo ni bienvenida. Solamente una mano octogenaria, repleta de pedrería, que le invitaba a pasar. Lo hizo así. Y tan pronto comenzó a caminar por el estrecho pasillo, el fuerte olor a palosanto, le recordó porque los espiritistas le resultaban tan odiosos. Sin embargo, se quedó. Y se quedó porque necesitaba preguntar. Necesitaba creer. Fugar de esa realidad aparente. De ese laberinto sin centro en el que su vida giraba desde que él se había marchado a ese más allá en el que ella no creía.
Y entonces preguntó. O comenzó a preguntar cuando la anciana la detuvo en seco. Yo no quiero nada con los muertos, le dijo. Que es mejor dejarlos en paz. Que ya bastante tienen con sus propios problemas. Que sí. Que hay un método para hacer contacto, pero no le interesa. ¡Ah, pero los vivos! Con eso sí se puede trabajar. Así que vamos a empezar por allí. Poniendo las oscuras disciplinas de la parapsicología al servicio de los que están separados. Vamos a lograr que aquellos que extrañamos nos escuchen. Nos intuyan. Aparecernos en sus sueños para lograr que nos anhelen.
Y entonces le hizo la pregunta que Natalia tanto temía: ¿a quién quieres contactar? Y entonces reparó en que no había nadie. Nadie. No había, en todo el planeta, alguien cuyos pensamientos quisiera poblar. Y poco a poco, asustada, empezó a darse cuenta de su perfecta, absoluta y total soledad… (O)