Calle Melancolía
Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, la fría crónica de los noticieros nos dice que estás grave. Que ya estás mejor. Que la cosa pinta complicada. Que hay que esperar… Y sí. Tú mismo solías decir que la “… la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”.
Pero todavía no Maestro. Todavía no. Acá, en este mundo de apatía e injusticias, necesitamos como nunca de esa dignidad tan tuya. De esas frases que nos cambiaron la vida, cuando añorabas “… que ser valiente no salga tan caro. Que ser cobarde no valga la pena…”. Acá en este mundo, donde las conciencias se ofertan al mejor postor y los sueños se sacrifican al salario y la rutina, cómo hace falta escuchar aquello de “… Que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas. Que no te duerman con cuentos de hadas. Que no te cierren el bar de la esquina”.
Cómo olvidar, maestro, esa fe militante en las cenizas de las revoluciones. Esa suerte de nobleza triste que subsiste en aferrarse al último ideal. Todavía aprieta el corazón tu respuesta a la misiva del Subcomandante: “Qué puedo contarte a ti, que no sepas de memoria, si andas cambiando la historia con la tinta y el fusil (…). Y, sin embargo me conmueve tu manera de no darte por vencido, de disputarle al olvido la hoguera del porvenir (…), de matar a los que matan, de enseñarnos a vivir».
Por eso te necesitamos aquí maestro. Nosotros, los que llegamos tarde al idealismo, te necesitamos aquí. Y si bien dices que, a fin de cuentas, la “muerte es solo la suerte, con una letra cambiada”, también es cierto que no hay prisa para marcharse. Finalmente, el cura, que ha de darte la extremaunción, no es todavía monaguillo…
¡Pronta recuperación Sabina! Desde acá, al otro lado del mundo, un aprendiz de escritor te envía todos los abrazos del mundo. Todos. No me quedo con ninguno… (O)
ANDRÉS F. UGALDE VÁZQUEZ
@andresugaldev