El becerro de oro

En el relato bíblico, cuando Moisés regresa con las tablas de la ley con la revelación divina, encuentra que el pueblo rendía culto a un becerro de oro considerado un ídolo. Las tablas de la ley representan los valores espirituales de la humanidad, mientras que el becerro los bienes materiales. La vida humana requiere de ellos para su subsistencia biológica como los demás integrantes del reino animal, pero se diferencia en su capacidad de razonar y coexistir con componentes espirituales que configuran su condición. Necesariamente existimos con los dos tipos de valores y vale la pena reflexionar sobre a cuáles debemos dar prioridad para realizarnos como personas.
En nuestros tiempos, en la práctica, la acumulación sin límites de riqueza tiene especial importancia, si no prioridad, en el comportamiento humano. Para muchas personas, el nivel felicidad se mide por la cantidad de riqueza acumulada y no son raros los casos de que ello implique tan solo el afán de acumular. La riqueza puede tener sentido en cuando posibilita disfrutar de ella satisfaciendo una serie de necesidades secundarias, pero la gran cantidad de tiempo destinada a producirla impide esta satisfacción con lo que, el culto al “becerro de oro” se convierte en la razón de ser de la existencia. Fortunas de miles de millones nos llevan a preguntarnos cómo sus poseedores pueden disfrutar de ellos.
Si trasladamos este planteamiento al campo de la ecología, esta perversión nos lleva a entender la vigencia de absurdos contra el planeta. Vivir en un entorno físico saludable es muy importante para la felicidad, pero el afán de acumular riqueza lleva a que se cometan agresiones grotescas y a que los que dirigen la economía no realicen cambios porque prefieren altas cifras económicas. No cabe entender la naturaleza tan solo como un generador de bienes materiales para acumularlos. Es parte de nuestro ser y hay que dar prioridad a su cuidado. Es importante considerar valores no materiales en los entornos físicos.