Y así, mi amigo lector, llegamos a cumplir un mes de cuarentena. Treinta días en los que hemos pasado por los más diversos estados de ánimo y en los que cada instante ha significado un reto para nuestro espíritu. Terror, compasión, solidaridad, ira, impotencia han sido algunas de las reacciones que nos han comprobado el maravilloso significado del “asombro de estar vivos” que decía Paz. Un asombro que nos obliga a salir de nosotros mismos y repensarnos como seres humanos, hermanos dispuestos a cruzar todos los límites a favor de esta humanidad escondida, arrodillada ante el corona virus. El virus de la auto reflexión, de la humildad frente a los horrores vividos en estos treinta días de pandemia. La trivialización de la muerte, las escenas apocalípticas, el marasmo de la corrupción nuevamente asomando sus garras, la pesadilla inacabada goteando hora tras hora y las noticias falsas, esas que traen los súcubos y sus deseos procaces de ser los poseedores de la última noticia; esos demonios chiquitos perezosos que replican interminablemente las aberraciones del demonio mayor. Esas noticias falsas que nos obligan a llamar al 911 aterrados y a recibir el apoyo solidario de una amiga. Treinta días en la cueva, sin preguntas, absortos, comprobando que el planeta nos ofreció un alerta, que el calentamiento global está aquí y que el presente nos brinda una última oportunidad. El aprendizaje continúa puesto que somos duros de entendimiento, amigo mío. !Quedémonos en casa! (O)
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