Los últimos minutos antes de que ardiera Notre Dame

A pocos minutos de que acabara la misa vespertina en Notre Dame, Jean-Pierre Le Dinh escuchó una alarma de fuego. Como tantos aquel día, se conformó con mirar alrededor extrañado, antes de verse obligado a evacuar la iglesia y ver cómo ardía ante sus ojos el edificio al que ha dedicado su vida.

Le Dinh, jefe de gabinete del rector de la catedral, se encontraba en su despacho, no muy lejos del presbiterio, cuando escuchó la primera alerta.

«Bajé a la iglesia a comprobar que todo estaba bien, pensamos que era una falsa alarma, que eran muy frecuentes porque en la catedral hay mucho polvo y a veces eso la hacía sonar. Al principio no nos preocupamos», cuenta Le Dinh a Efe.

Le Dinh, de 29 años, trabaja en Notre Dame desde 2012, primero ayudando en la misa y después como mano derecha del rector. No es demasiado tiempo para un templo al que la mayoría del personal presume de haber dedicado veinte o treinta años, pero para él supone buena parte de su vida adulta.

Junto a otros trabajadores de la catedral, evacuaron al centenar de personas que poco antes del cierre se encontraba en el interior.

Con un walkie-talkie hizo una última ronda comprobando que no quedaba nadie en el interior y que los agentes que habían ido a verificar la alerta volvían sanos y salvos.

«Hasta que no salí a la plaza y vi la fina columna de humo que salía de la cubierta no me di cuenta de la amplitud de lo que estaba pasando. En cuestión de segundos creció y ya era algo más que el inicio de un incendio», cuenta.

Incluso en esos momentos, prevaleció la convicción de que los bomberos llegarían y apagarían el fuego, como pasa en la gran mayoría de los incendios.

«Pero poco a poco vimos que ese no era el caso», reconoce un año después.

EL AVANCE DEL FUEGO

Pocos minutos después de salir de la catedral, Olivier de Châlus, medievalista y hasta entonces jefe de los guías de la catedral, se unía a él y al rector de Notre Dame en la plaza del Parvis.

«Estaba con unos amigos en una cafetería al otro lado del Sena y cuando vi humo pensé que vendría del Hôtel Dieu, el viejo hospital que hay al lado de la catedral. Fui corriendo hasta ver que en realidad era Notre Dame», cuenta De Châlus.

Este historiador del Medievo se ocupa ahora de dirigir la comunicación del grupo de científicos que intenta aportar luz a los secretos de la catedral.

Aquel 15 de abril, sus conocimientos de Notre Dame y el exclusivo privilegio de haber pisado las vigas de madera que sustentaban el tejado no le fallaron: «En cuanto vi el fuego supe que la cubierta no sobreviviría», dice.

«Es extraño, por un lado siento la inmensa tristeza y el fracaso de saber que la hemos perdido para siempre y por otro el privilegio de haber podido conocerlo, ni siquiera muchos de nuestros guías pudieron subir a verlo», recuerda.

Hasta las tres de la mañana, el equipo más cercano de la catedral seguía en pie después de siete horas, sin poder hacer gran cosa, esperando, como si su sola presencia pudiera servir para contener el avance de las llamas.

Cuando De Châlus decidió volver a su casa y atravesó el pequeño puente que une la isla de la Cité con el Barrio Latino, los trozos de residuos carbonizados crujían bajo sus pies.

«Ese ruido se ha quedado en mi memoria», dice.

EL DERRUMBE DE LA AGUJA

A las 19.50 horas, la aguja construida por Eugène Viollet-Le-Duc en la restauración del siglo XIX, prácticamente consumida por el fuego, se vino abajo.

En los alrededores de Notre Dame se oyó un grito hueco de incredulidad.

«Escuchamos un gran ‘boom’ y vimos una espesa columna de humo negro saliendo por encima de la catedral y atravesando el portal principal de la fachada, que seguía abierto. Tardamos en comprender que se trataba de la aguja», dice De Châlus.

Numerosos «y si» han surgido a lo largo de este año, muchas de los cuales rozan el misticismo: y si el andamio no hubiera conseguido mantenerse en pie y llega a derrumbar las bóvedas, y si la aguja hubiera caído sobre los arbotantes propiciando el derrumbe, y si el fuego en la torre norte no hubiera sido controlado…

MANTENER VIVA LA CATEDRAL

La actualidad del coronavirus ha obligado a frenar las obras, pero también ha evitado que el foco mediático en Notre Dame vuelva a ocupar todas las portadas, ahorrando así un mal trago a los testigos del fuego.

«Ver las imágenes del fuego, los reportajes que salen ahora, me resulta difícil, pero lo peor ha sido ver a la gente que trabajaba para la catedral desde hace 30 años y que tras seis meses en paro parcial tuvieron que ser despedidos. Sabemos que muchos sufren», dice Le Dinh.

De los 77 trabajadores de la administración de Notre Dame solo quedan ocho.

Hoy, el trabajo se centra en hacer posible la reapertura de la explanada y la catedral al público para 2024, si bien es probable que el edificio no esté totalmente reconstruido para entonces.

La asociación de guías voluntarios que organizaba las visitas a Notre Dame, CASA, está también en peligro de muerte, pues a la caída de ingresos de la catedral se suma ahora la incertidumbre de un verano sin turismo, como amenaza el coronavirus.

Aún así, los años vividos en la catedral pesan lo suficiente para recuperar la esperanza cuando el miedo y la incertidumbre se imponen.

Le Dihn piensa en su iglesia y vuelve mentalmente a ver las celebraciones, la gran familia de la que formaba parte. Después, como una pesadilla, el fuego quema sus recuerdos.

«Pero siento que la catedral está viva. Cuando entré la semana pasada para preparar la ceremonia de adoración a la corona de espinas sentí que el alma de Notre Dame todavía estaba presente. Más silenciosa, pero sigue presente, y por eso luchamos, para que vuelva a estar accesible a todos», confía Le Dinh. EFE