El periodismo también busca vacuna | ANÁLISIS

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El periodismo está acostumbrado al diluvio universal. Cada cierto tiempo, el cielo se dispone a caer sobre las cabezas de los periodistas. Y muchas veces cae. Ahora, los temores se disparan en una profesión que no deja de reinventarse pero que se siente más amenazada que nunca.

La gran pandemia ha convertido la información en un bien aún más necesario. Sin embargo, el pasado 1 de abril el papa Francisco elevó una plegaria por los trabajadores de la comunicación. Mal asunto cuando uno se ve obligado a encomendar su suerte a la divinidad.

Las vías de agua se abren por todos los flancos: los ingresos se desploman; la publicidad desaparece; los gobiernos menos empáticos con la democracia aprovechan para estrechar su cerco sobre los medios y los más concienciados apenas tienen la capacidad o el interés de ocuparse de un sector económico menor.

En medio de esta tormenta perfecta aparecen los ciudadanos. Enclaustrados por el confinamiento, devoran más información que nunca. Buscan noticias contrastadas, la opinión de expertos, tablones a los que asirse en momentos de confusión.

Y la confianza en los medios, atribulada en tiempos de desinformación y «fake news», de pronto comienza a repuntar. O eso dicen los primeros estudios, según el presidente de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias (WAN-IFRA), Fernando de Yarza. El periodismo queda atrapado en lo llama «la perversa paradoja»: «Cuando somos más demandados que nunca, la gasolina que necesitamos para funcionar no existe».

Especialmente castigados resultan los medios privados, asegura, cuyos ingresos se han visto mermados ya entre el 70 % y el 80 %.

Todo ello cuando, según el presidente de esta asociación que representa a más de 18.000 publicaciones en todo el mundo, «la prensa se ha convertido una vez más en lugar de referencia y refugio para los ciudadanos».

A título de muestra, en Francia -uno de los países del mundo con más infectados y que permanece confinado desde el 17 de marzo- la consulta de sitios web de información general creció en la primera semana de reclusión un 111 %, hasta las mil millones de visitas, y un 86 % en la segunda semana, hasta los 892 millones.

Una cadena de información continuada, BFMTV, se ha convertido en la quinta televisión más vista del país, con más del 4 % de cuota de pantalla.

El consumo se dispara. Las trabas a la labor de los periodistas, sean políticas o económicas, también.

La censura también mata

Desde que apareció la COVID-19 se ha recordado con profusión la última gran pandemia que azotó a la Humanidad. La «gripe española» se llamó así no porque se originase en España, sino porque fue en este país -neutral en la I Guerra Mundial- donde la prensa pudo informar con menos trabas del avance de la enfermedad en 1918.

El coronavirus llega en un momento en que las democracias son mucho más numerosas que entonces. Pero hasta las más asentadas se enfrentan hoy a una seria crisis de identidad.

Los esfuerzos de los gobiernos por ocultar la verdad o silenciar a los periodistas molestos dan alas a la propagación de la enfermedad, a juicio de Reporteros Sin Fronteras (RSF).

El secretario general de esta organización, Christophe Deloire, denuncia que si la prensa china hubiese sido libre, la pandemia no habría alcanzado su dimensión actual.

«La censura no es un tema interior. Cuando a los periodistas se les impide trabajar en un país, eso tiene consecuencias en todo el mundo. El viejo argumento de ‘esto es un tema nuestro’ ha quedado caduco, y la crisis del coronavirus es su demostración irrefutable», señala en una entrevista con Efe.

China ha expulsado a corresponsales extranjeros y trata de acallar a sus voces críticas internas; la India ha bloqueado internet en regiones del país; reporteros han sido detenidos o agredidos en Filipinas, Costa de Marfil o Ucrania…

Una web creada por RSF, «Tracker-19», rastrea estos y otros abusos que sufren los informadores en todo el mundo. En ella se puede constatar que las cortapisas a la libertad de prensa no se limitan a países autoritarios, sino que se extienden a democracias europeas o latinoamericanas.

Muchos Estados, considera Deloire, están aplicando la llamada «doctrina del shock», concepto acuñado por la autora canadiense Naomi Klein que alude a la explotación de las crisis por parte de los gobiernos para recortar derechos o aprobar políticas impopulares.

Eso sucede por ejemplo en Hungría, donde las medidas lanzadas por el ultranacionalista Viktor Orbán prevén hasta cinco años de prisión por difundir informaciones falsas sobre el coronavirus. Es legítimo preguntarse si no se usarán como ariete contra la prensa libre.

Pero también en otros países, democracias consolidadas, desaparece la rendición de cuentas, las ruedas de prensa se someten a filtros o se impide el acceso a las fuentes por mor de las circunstancias excepcionales.

Bajo el signo de la guadaña

Allá donde no alcanzan las tijeras de los censores, la devastación económica hace el resto. La inminente recesión pone en jaque el derecho de los ciudadanos a una información veraz, libre y rigurosa, precisamente cuando más se necesita.

La COVID-19 ha pillado a los medios de comunicación en plena reconversión de su modelo de negocio: una vuelta de tuerca más en la concatenación de palos de ciego desde que internet y las nuevas tecnologías llegaron para cambiarlo todo.

La implantación de muros de pago, la aparición de medios nativos digitales que aún carecen de músculo financiero o la atomización de la oferta televisiva se someten a una nueva prueba de la que muchos no saldrán ilesos.

«La casa ya estaba ardiendo y la COVID solo echa más gasolina al fuego. Esto acelerará los cambios que ya se estaban produciendo y habrá que extraer lecciones importantes», reflexiona desde su casa de Nueva York el periodista y profesor Jeff Jarvis, uno de los grandes gurús globales del periodismo digital.

Fiel a su estilo cáustico, Jarvis no ahorra aspereza en sus augurios. «Nos dirigimos a un paraje de tierra quemada. Tendemos a buscar al mesías que nos salvará. Así que pensamos: ‘Bueno, los muros de pago nos salvarán’. Pero todo mesías es un falso mesías. No hay ninguna solución que por sí sola nos vaya a permitir operar como lo hacíamos, debemos cambiar radicalmente», vaticina.

Algunas noticias dan fe de estos pronósticos: unos 60 diarios locales y regionales de Australia pertenecientes al grupo mediático News Corp -propiedad del magnate Rupert Murdoch- acaban de cerrar sus ediciones impresas por la caída de ingresos publicitarios.

En el Reino Unido se calcula que los sitios de información pueden perder 50 millones de libras gracias a la tecnología de «listas negras» que los anunciantes están usando para evitar que su publicidad aparezca en noticias sobre el coronavirus, según informa el diario «The Guardian».

Los datos de la Asociación Mundial de Periódicos apuntan a caídas bastante homogéneas en todo el mundo que van del 60 % al 80 % en ingresos publicitarios y del 20 % al 25 % en la circulación de periódicos, pese a que los gobiernos han apostado mayoritariamente por mantener abiertos los quioscos de prensa.

En este contexto, decisiones como la del grupo estadounidense Hearst, que se ha comprometido a no realizar despidos ni recortes salariales y además a pagar un bonus de un 1 % a sus empleados durante la cobertura del coronavirus, parecen casi la excepción que confirma la regla.

Con el fin de frenar el choque más inmediato, se suceden estos días los llamamientos a que los Estados apoyen financieramente a los medios de comunicación para salvaguardar un pilar de la democracia.

Y se cita con insistencia el modelo de Dinamarca, que ha aprobado ayudas específicas dirigidas a los medios de comunicación por valor de 24 millones de euros.

Para De Yarza, que abogó por este tipo de intervenciones en un reciente artículo público, el sostén de los gobiernos a fórmulas de apoyo a la prensa «será un termómetro de su compromiso democrático».

Un oficio en mutación

Redacciones vacías, entrevistas por videoconferencia, ruedas de prensa virtuales, emisiones desde el salón de casa, horarios alterados. El periodismo no escapa a las inmensas transformaciones a las que obliga el confinamiento por el virus. Muchos presagian que estos cambios han llegado para quedarse.

Si el periodismo debe repensarse por enésima vez, no tendrá solo que idear nuevas fuentes de ingresos. El reto será también adaptarse a una realidad que puede modificar la forma en que se ejerce el oficio.

A unos pocos no los pillará por sorpresa

En la ciudad estadounidense de San Francisco llevan preparándose para el próximo gran terremoto, «The Big One», desde hace años. Así que la contingencia del coronavirus ha permitido a los periodistas del diario «San Francisco Chronicle» poner en práctica lo que llevan ensayando mucho tiempo.

Este periódico realiza un simulacro dos veces al año para el caso de que un gran seísmo acabe con su edificio y las infraestructuras de la ciudad. El último lo hicieron solo unos días antes de cerrar la redacción por la pandemia, el 12 de marzo.

Todos los consultados para este reportaje coincidieron en que la crisis será un catalizador de los cambios que ya se venían gestando, y que dibujan un panorama muy diferente al actual.

Para el presidente de la WAN-IFRA, en la adaptación de la prensa a las nuevas tecnologías hubo una primera fase caracterizada por el «mestizaje» entre el diario impreso y el digital, que ahora desembocará en una «distinta concepción física» de las redacciones y en la generalización de la figura del colaborador.

«En 48 horas, se ha hecho en España una labor de adaptación al teletrabajo que en condiciones normales nunca se hubiera dado. Y a Sudamérica ese proceso ha llegado muy rodado, se han entrenado para implantarlo», señala De Yarza.

Y aunque la función del periodista siempre será informar, la propia esencia del oficio también se ve sometida a revisión estos días.

«La verificación de las noticias falsas (‘fake news’) era el arma de la última guerra. Para la actual lo será hacer oír las voces de los expertos en ciencias y medicina», asegura Jarvis.

Este profesor de la City University de Nueva York pide que se deje de concebir el periodismo como un producto. Se trata más bien -según propone en una definición adaptada a los nuevos tiempos- de un servicio que permite a las comunidades entablar «una conversación respetuosa, informada y productiva».

Solo el tiempo dirá si el coronavirus llegó para cambiarlo todo, o si simplemente fue una etapa más en el inexorable proceso de transformación de un oficio que se sigue buscando a sí mismo. EFE