Decisión

Catalina Sojos

Y decidieron tapar la luz del sol con un dedo; imaginarse invencibles, dueños de todas las coronas sobre el virus. No saben, no quieren saber que el número de muertos en nuestro país está entre los peores del mundo. Y salen a la calle y en cada reunión, en el súper y en el banco, en sus carros de lujo nos llevan a nosotros: los que seguimos esperando que el viacrucis acabe. Salen y convocan a reuniones políticas y de otro estilo. Son los machos, esos que crecieron sin cerebro; vanidosos, convencidos que ellos manejan el planeta. No, amigo lector; no son los pobres, los que desesperan en la impotencia. Son los otros, los de la Remigio en Cuenca, los de Samborondón en Guayaquil, los del norte de Quito. Mientras tanto, los infelices de la tierra se desbordan y atacan. ¡Quiera Dios que no lleguen los saqueos! Y pensar que una hora con el respirador y en cuidados intensivos cuesta miles de dólares, y pensar que los estragos del virus no se cuentan, las altísimas temperaturas, los dolores de cabeza y la asfixia, entre otros males pues la ausencia de pedagogía del aparato estatal nos tiene en la ignorancia. Mientras tanto el pueblo se debate en la miseria. Ya nadie confía en las maratones, en las ayudas comunitarias, pues la corrupción nos enseñó a ayudar de forma íntima e individual. Sin embargo, la ley del más sabio va a prevalecer. Tenaz y consciente nuestra certeza continúa con la actitud de fluir y quedarnos en casa; aprender a convivir con la resaca de una fiesta orgiástica en la que todos participamos de una u otra manera. (O)