Cuenca en cuarentena: entre la quietud del encierro y el desorden de la informalidad

La Feria Libre es uno de los sectores de Cuenca que más movimiento y actividad comercial ha registrado durante las mañanas de los días de aislamiento. Xavier Caivinagua / El Mercurio

Los comerciantes informales que rondan los exteriores del mercado Nueve de Octubre rompen la quietud que generalmente se percibe en el centro de Cuenca en estos días de cuarentena a causa del coronavirus.

Al llegar a la plaza, al menos un vendedor de insumos de cuidado se acerca. David –prefiere no dar el apellido- es uno de ellos. Lleva un traje verde elaborado por él mismo, así como las mascarillas que ofrece. “Son quirúrgicas, mire, hechas con todo el cuidado”, dice intentando vender alguna. También tiene guantes de látex, gel y alcohol antiséptico.

«Las personas salen apresuradas con las compras en las manos, casi sin mirarse y con miedo a acercarse».

Asegura que le tocó ponerse a elaborar mascarillas porque ya no puede salir con los productos que acostumbraba a ofrecer antes de la pandemia: alfombras, cuadros y artículos para el hogar. “Yo tengo tres hijos, pago 130 dólares al banco y 370 del arriendo, no me podía quedar en casa”, argumenta.

Antes del inicio de la cuarentena, Ecuador era un país en el que apenas cuatro de cada 10 personas tenían un trabajo adecuado, es decir, ganaban por lo menos un sueldo básico y trabajaban al menos 40 horas a la semana. Además, un porcentaje vive del sector informal, como David, que depende de la venta diaria para llegar a fin de mes.

Este sector de la población es el que se ha convertido en uno de los problemas para contener el contagio de la COVID-19 en Cuenca.

En la calle Vega Muñoz y la intersección con la Mariano Cueva, la impresión a primera vista es de un domingo por la mañana. Con el detalle de que las personas salen apresuradas con las compras en las manos, casi sin mirarse y con miedo a acercarse.

“Yo tengo tres hijos, pago 130 dólares al banco y 370 del arriendo, no me podía quedar en casa”. David, comerciante informal.

En esta esquina que concentra a una institución financiera, una farmacia, tiendas distribuidoras de productos básicos y pequeños comerciantes que no han dejado de ofrecer carnes, frutas y verduras, resulta imposible mantener el metro y medio de distancia sugerido para prevenir la propagación del coronavirus.

La escena se repite alrededor de otros mercados o calles que tradicionalmente son usadas por los comerciantes informales. Atrás de la Feria Libre, aunque está cerrada, hay una intensa actividad comercial. La mayoría de negocios que rodean este sector están abiertos, porque ofrecen víveres de primera necesidad.

La aglomeración se siente en las esquinas, donde se confunden las voces de las personas que ofrecen mascarillas con las que venden frutas, carnes o queso. Los vehículos circulan con quintales de productos como papas y cebollas. Unos cuantos estibadores también tienen trabajo estos días.

Unas cuadras más allá, cerca del Parque Calderón, la cantidad de personas disminuye notablemente. Pero hay largas filas de vehículos estacionados en calles como la Bolívar, General Torres, Padre Aguirre, lo que da una sensación de movimiento.

Al mirar alrededor solo hay negocios con sus puertas cerradas, alguna farmacia abierta, restaurantes vacíos y unas pocas personas caminando con el nuevo atuendo que impone la COVID-19: mascarillas, guantes y ropa deportiva o casual.

En el Parque Calderón hay unas cuantas bancas ocupadas. En una hay dos mujeres que conversan con unos centímetros de distancia. Están ahí porque están fumigando el edificio en el que viven y les pidieron que regresen a casa al mediodía. En otra banca hay una mujer con un paquete de mascarillas que intentaba vender.

No hay heladeros ni fotógrafos. Alrededor se siente el vacío que dejaron los vendedores de caramelos, los de periódicos, los lustradores de zapatos, las espumilleras y los comerciantes de artículos religiosos afuera de la Catedral.

«La aglomeración se siente en las esquinas, donde se confunden las voces de las personas que ofrecen mascarillas con las que venden frutas, carnes o queso».

Solo un par de guardias ciudadanos permanecen ahora en el que solía ser uno de los lugares más movidos y bulliciosos de Cuenca. Patricio Landi es uno de ellos. No oculta el temor al contagio, pero tampoco la necesidad de trabajar en estos días tan difíciles. Lleva una mascarilla desechable y guarda los guantes en el bolsillo del pantalón. Solo los usa cuando debe hacer una intervención, para disminuir el riesgo de contagio.

Cuenta que los primeros días de la cuarentena la ciudad estaba más vacía, pero que en los últimos días hasta le han pedido fotos. Cree que es algún extranjero que se quedó en Cuenca. Él se negó a fotografiarle para evitar el contacto.

En la esquina de la Sucre y Luis Cordero, en el Teatro Sucre, hay una familia venezolana que salió ese miércoles en busca de comida, pidiendo una ayuda económica, pero con la poca cantidad de personas que caminan por las calles no han podido juntar mucho. La mayoría de carros pasan de largo sin abrir sus ventanas.

Conforme se avanza en el recorrido, empezamos a notar los personajes que antes eran infaltables en las calles de la ciudad. Al llegar a la avenida Solano, por la Benigno Malo, por ejemplo, no está el señor que vende jugos de naranja. Y todos los locales de papas fritas que son tan populares en esta zona están cerrados.

La siguiente parada del recorrido es la parroquia Yanuncay, que inicia en los Tres Puentes y es la que más pacientes con COVID-19 tiene en Cuenca. Al subir por la avenida Primero de Mayo solo se ve a unas cuantas personas corriendo en el parque lineal. La Don Bosco luce menos apagada, hay unas cuantas tiendas abiertas y más vehículos circulando.

«Alrededor se siente el vacío que dejaron los vendedores de caramelos, los de periódicos, los lustradores de zapatos, las espumilleras y los comerciantes de artículos religiosos afuera de la Catedral».

Antes de llegar a la Avenida de las Américas, se puede ver en diferentes casas unos improvisados puestos de venta de alimentos. Desde carnes y embutidos hasta frutas y hortalizas. Una mujer menuda que vende una variedad de frutas en un terreno vacío que encontró en la Primero de Mayo cuenta que ella tenía un puesto en El Arenal.

Desde que el centro de abastos cerró sus puertas, trasladó su negocio a este espacio para seguir trabajando. Ella no quiere hablar más ni dar su nombre porque tiene miedo de que las autoridades la obliguen a retirarse de ahí.

Algo similar ocurre en Narancay. Días después de que el Municipio dispuso el cierre de la plataforma itinerante, los comerciantes se ubicaron a lo largo de la Panamericana Sur. Están a los dos lados de la vía, en garajes, terrenos vacíos, patios o simplemente veredas. Exhiben los productos en carpas, mesas, carretillas o en la parte de atrás de los vehículos.

El tráfico también se trasladó a este sector. Hay vehículos particulares de personas que se detienen a comprar y otros que cargan y descargan productos.

Son las 14:00 y la llegada del toque de queda los obliga a guardar la mercancía, las mesas y los manteles que ocupan para exhibir sus productos. En las calles ya solo quedan unos contados vehículos, agentes de tránsito y policías que recorren la ciudad en busca de quienes infringen el toque de queda.