Ejercicio, Maratón, Daniel, Centro Sai

Eduardo González Zanetti

En mi plan de recuperación física, que había comenzado en marzo de 1984, luego de haber superado las caminatas y habiéndome entrenado en algunas subidas de montaña, me dio por trotar. Comencé dando un cuarto de vuelta al Parque del Este (unos 600 metros), y fui aumentando progresivamente, hasta dar 1 y 2 vueltas completas (5 Km). Eso me motivó a inscribirme en un primer Maratón de seis Km, luego en uno de ocho, mas tarde uno de 12 y así sucesivamente hasta que se me presentó la oportunidad de participar por primera vez en lo que llaman la media maratón, o sea, veintiún kilómetros, una carrera que patrocinaba en ese año el Banco Construcción.

Eso se convirtió en un reto para mí. Entrené metódicamente por casi cuatro meses. Varios compañeros del Gimnasio del Hotel Caracas Hilton, (Emiro, Milton, Teunis, Pepe, Pedro y otros de los que hoy no tengo noticias) salíamos juntos a trotar, atravesábamos el Parque Los Caobos, seguíamos ruta Plaza Venezuela, de allí ingresábamos a la Universidad Central, llegábamos al Stadium, subíamos y bajábamos las gradas del mismo y regresábamos de vuelta al Hotel. Eran cerca de unos diez kilómetros que hacíamos en un tiempo de una hora.

Días antes, me comenzó una molestia en el talón derecho. Fui a un Médico traumatólogo, quien me diagnóstico algo llamado “espolón” o en términos más científicos, “apofisitis del calcáneo”, en la inserción del Tendón de Aquiles al hueso calcáneo y su recomendación, a parte de tomar algunos antiinflamatorios fue de guardar reposo para descansar y desinflamar esa zona que se encontraba bastante afectada.

Esa noticia me afectó, ya que sentía que estaba perdiendo o desperdiciando todo aquel esfuerzo, por lo que decidí tomar los antiinflamatorios pero el reposo lo guardaría después del Maratón. Eso ocurrió dos semanas previas a la carrera, por lo que al terminar mis siguientes prácticas siempre llegaba ligeramente adolorido en esa zona.

Descansé el día antes de la carrera y la mañana del evento fui donde mi papá quién siempre tenía todo tipo de medicinas a pedirle consejo para aliviar el dolor, ya que esa mañana amanecí con un dolor de cierta intensidad en el talón afectado.

El me entregó un supositorio calmante, asegurándome que con eso no tendría dolor en toda la mañana. Lo que él no sabía era que de allí saldría a correr un Maratón de 21 kilómetros.

Mi peso en ese momento era de unos 93 Kg. Por lo que el impacto sobre cada talón era bastante importante.

Comencé la carrera muy emocionado. Recuerdo tenía en mente lograr un tiempo menor a una hora y cuarenta minutos, pero la molestia comenzó a aparecer en los primeros kilómetros. Yo no le hacía caso y continuaba mi ritmo, pero al llegar al kilómetro trece, de repente sentí como si me clavaran un cuchillo en el talón. Bajé el ritmo y comencé a caminar, dándome cuenta de que algo fuera de o normal había ocurrido, sin embargo, algo dentro de mí, me impulsaba a continuar corriendo, pasando por sobre el dolor.

Así lo hice y llegué prácticamente cojo a la meta…pero llegué. Aunque en un tiempo superior al que me había pautado, pero eso no me importaba, había logrado mi meta.

Reposé un poco. Los organizadores tenían mesas con agua, frutas, etc, para los corredores, así que al recuperarme un poco me fui a casa. Esa carrera había sido un Domingo en la mañana. Hoy en día, veinticinco años después, sin duda que hubiese escuchado a mi cuerpo y habría detenido el entrenamiento al notar las primeras molestias. En este caso, mi vehemencia por seguir adelante quizás tendría otra connotación que hoy cuando miro hacia atrás, creo que puedo entender.

Al levantarme el lunes y apoyar el pié por primera vez en al piso, el dolor fue agudo. No podía llegar al baño. Prácticamente no podía apoyar el pié derecho en el piso. Ayudándome con mis brazos, buscando apoyo en paredes y muebles llegué al baño para el aseo personal. De allí fui al teléfono a llamar al Dr. Mario Paolillo, médico endocrinólogo, de quien soy amigo desde el primer grado de Colegio.

Le expliqué lo sucedido y aparte de los comentarios por mi falta de conciencia, me recomendó llamar a un médico Traumatólogo, quien fuera su compañero de estudios y gran amigo, el Dr. Daniel Ortega.

Recuerdo haber llegado ese lunes en la tarde al consultorio del Dr. Ortega con mucha molestia. El me evaluó y me dijo que tenía una fractura justo en el sitio donde el tendón de Aquiles inserta en el hueso, exactamente donde se hallaba el espolón. Me informó que tenía dos alternativas, operar o hacer terapia por un tiempo y que él me recomendaba terapia en vista de lo delicado que son las operaciones del pié.

Al final de la consulta ocurrió algo muy interesante y que siento es la pieza de unión con mi viaje a la India cuatro años después.

Le pregunté a Daniel: Dr. Me parece muy injusta la forma como la vida me ha tratado. Tengo unos años que dejé de fumar, tomar, ahora como diferente, me ejercito, etc… y la vida me paga enviándome esta fractura que me obliga a estar en reposo por un tiempo. El me miró con una tranquilidad que siempre irradia y contestó: lo que pasa es que tienes que entender el mensaje. La vida te está diciendo que te pares, te serenes, que no sigas buscando en la carrera y el movimiento sino en la quietud y la serenidad. En ese momento, aunque la respuesta no me tranquilizaba, reconozco que al menos me hizo reflexionar por unos segundos.

Como tenía la camisa entreabierta, se notaba el pequeño hilo rojo, que el Lama Ole había colocado en mi cuello en la ceremonia del Refugio, lo que le llamó la atención al Dr. Quién me dijo: ¿y eso que tienes en el cuello qué es?

Un poco tímido de confesar lo que era, todavía apegado a mis creencias y paradigmas, no quería hablar abiertamente de lo que había ocurrido, sin embargo, terminé diciendo:

Es que hace poco, de una manera casual, conocí un Lama Tibetano quién me invitó a un retiro que finalizó con la ceremonia del refugio, una especie de Bautizo cristiano, y al final me colocó este hilo como recuerdo. El me miró algo sorprendido, pero con una cierta sonrisa y me dijo: entonces contigo voy a hablar al terminar la consulta.

Efectivamente, una vez terminada la entrega de recipes y el plan de terapia, Daniel sacó un libro de su escritorio y me dijo: ¿¿tú sabes quién es este?? Y mostrándome un libro en cuya portada aparecía un señor moreno de pelo afro trajeado con una batola color naranja. Mi primera reacción fue contestar: no tengo idea, pero me parece un negro bien feo¡¡

Un poco impactado por mi respuesta me dijo: este es Sai Baba, un profeta viviente, que está en la India y lo importante es que está vivo y tiene un mensaje de vida muy importante para los que andamos en la búsqueda de la verdad. Podemos ir y verlo en persona. Lo escuché un poco escéptico, lo del Lama ya había sido un poco “heavy” y tres meses después me hablan de un profeta viviente. Daniel me invitó a que asistiera a un lugar donde se reunían los Martes y Jueves a las seis y media de la tarde en el Edificio Acapulco en Sabana Grande. Creo que fue después de dos o tres sesiones de asistir a terapia del pie, que un día me animé a visitar ese centro. Entre la amabilidad que percibía en Daniel y la curiosidad por algo, a lo que en principio le iba perdiendo el temor, me motivó a asistir a una primera reunión.

Creo que asistí un Jueves, día dedicado a la devoción. Al llegar al edificio, bastante viejo, con una fachada en mármol negro en pleno Boulevard de Sabana Grande y entrar, me sentí un poco extraño, era algo oscuro, el ascensor no funcionaba, pero menos mal era un solo piso, ya que todavía estaba con mi talón resentido de la fractura, la terapia apenas comenzaba a hacer sentir sus efectos.

Ya desde las escaleras comenzaba a percibir un aroma, que, aunque sutil, era diferente, algo que nunca antes había experimentado mi sentido del olfato. Ese olor se agudizó en la medida que se abría la puerta y entraba a un salón abierto con un pequeño mostrador al fondo con libros, imágenes, inciensos,.. y algunas personas de pié, sin zapatos. Había un lugar donde todos los iban colocando antes de entrar a otro salón mas cerrado, con mas imágenes, flores, cojines de diferentes colores en el piso con un pasillo central, adornado en sus bordes con flores blancas , los hombres se sentaban de un lado y las mujeres en el otro, y un olor agradable, mágico, indescriptible que solo volví a percibir , años después, en Prashanti Nilayam ( “ La Morada del Ser Supremo”) el Ashram donde reside  Sai Baba en Putaparti, al sur de la  India. Ese día fue una experiencia extraña para mí. Cánticos en idioma sánscrito (llamados bhajans) con unas melodías hermosísimas y a veces con ritmos bastante marcados, lecturas y una Meditación centrando la atención en una vela encendida en el altar al fondo del salón, mientras permanecíamos unos 15 minutos en silencio.

Cuando salí de la reunión, unas dos horas después, me sentía relajado, en paz, flotando, con sensación de mas claridad mental, son ese tipo de sensaciones que no tienen una explicación exacta, y que quizás cada quien la describa de forma diferente. El hecho fue que me sentí cómodo, de manera que a partir de ese día comencé a asistir, aunque no de forma rutinaria, a las reuniones devocionales de los días Jueves y a las de Círculos de Estudio los días Martes, alternando eventualmente con el grupo de Budismo Tibetano del Lama Ole y así me mantuve hasta Septiembre de 1.989, cuando por otro evento fortuito conocí la Meditación Zen.

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