OPINIÓN|
El concepto mismo de corrupción lo ha tomado inevitablemente, el mundo moral del mundo físico. El concepto original era el de la alteración de las sustancias por descomposición, de donde venía la desnaturalización y la podredumbre.
La corrupción pública socava la legitimidad de las instituciones públicas, atenta contra la sociedad, el orden moral y el desarrollo integral de los pueblos. La corrupción es una forma de criminalidad y la variedad de conductas que puede asumir.
Podría decirse que la corrupción existe desde que existen gobiernos, nos enseñó Arturo Uslar Pietri, quien agrega, además, que el hecho de disponer de la autoridad o de necesitar de la autoridad para alcanzar algún fin presenta posibilidades ciertas de beneficios ilícitos, y concluye, sentenciando, que esta epidemia amenaza la estabilidad de los estados y de la sociedad.
La corrupción por su tamaño ha dado paso a que hablemos de la existencia de una “Cultura de la Corrupción”. Se sostiene que su fundamento radica en la pervivencia de la antinorma como forma de vida. Si revisamos los comportamientos conductuales de nuestra sociedad, observamos que por ejemplo del mal entendido deber de gratitud hacia quien dio un nombramiento, hacia la tienda política que lo llevó al poder, surgen los compromisos que se convierten en caso de corrupción administrativa, y claro que el justificativo lo encontramos en la sentencia popular, ” hoy por mí, mañana por ti”, ” si conciencias vemos, que comemos”, ” no hagas a otro lo que a ti no quieres que te hagan”; es decir la misma sociedad, el hombre su protagonista, es el responsable.
Los crímenes de corrupción atacan la protección del patrimonio público, la moralidad del funcionario público, y la buena fama de la administración del estado. En un santiamén, el bien común se pierde del horizonte que debemos tener los ecuatorianos. (O)