OPINIÓN|
En un sector de la población cuencana, bastante grande, se conservaron las tradiciones religiosas, por mucho tiempo. Y una de ellas de una intensidad tan enorme, que generó emociones y poesía, que perduraron hasta hace pocos años, la devoción a la Virgen María, bajo distintas advocaciones. Y el núcleo de esta manifestación, intensa y bella, era el mes de mayo.
Mayo era época maternal, no solo por el Día de la Madre, si no porque quizás desde el siglo XIX estaba consagrado a rendir culto a la Madre de Dios.
Testimonio clarísimo de esto es un libro emblemático de la lírica cuencana, LOS SABADOS DE MAYO, de Miguel Moreno y Honorato Vázquez, en el que incluyeron composiciones de otros poetas del siglo XIX, y que revela el entrañable culto marial en toda la región.
José María Rodríguez, dueño de la Casa de la Lira, fundó en ella una especie de conservatorio; en él, los artistas desplegaban sus inquietudes melódicas y talentos, al tiempo que se formaban en el arte de la música. En 1907, Rodríguez, el músico más eminente de su tiempo, se junto con Eloy Abad, un joven seminarista, y compusieron una de las melodías más bellas del repertorio religioso-sentimental de Cuenca: “Lumbre de mayo”, cuyos versos recordarán algunos de los lectores de edad:
«Lumbre de Mayo, risueña / la montaña te escondió, / mientras de lejos te alcanzan los acentos de mi adiós…// Ay, Madre, la luz se apaga, / Ay, Madre, se esconde el sol. / Adiós, oh, Mes de María, / Oh mes de mi Madre. ¡Adiós!” Qué delciadeza de factura de unos versos que pintan así el atardecer postrero de mayo: “una corona de sombras/ te ciñe ponente el sol.”
Yo era un niñó cuando lo escuché en San Blas, cantado por un bello dúo, formado por mi madre y la Dra. Libia Cueva de Medina. En la juventud, iba a San Alfonso a escuchar ese coro magnífico, que cuando sus integrantes eran adolescentes: Libia y Mercedes Ochoa, Delia Hidalgo, Elva y Olga Idrovo, y Martha Angüisaca, fueron formadas y dirigidas por el maestro Miguel Pesántez, y luego, acompañadas y conducidas, por su hijo Arturo.
Fue tanta la emoción que me causaba, que, a los 25 años, cuando escribía mi libro LOS TIEMPOS DEL OLVIDO, incluí un cuento, llamado ADIÓS, y que contiene la letra íntegra de la hermosa canción. (O)