Una rosa

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

OPINIÓN|

En la acera se levanta un pequeño obelisco que pasa desapercibido al caminante. En la esquina de la plaza central. Allí en el sitio donde una vez cayó fusilado Luis Vargas Torres…

Nacido en la abundante Esmeraldas de 1855. Joven talentoso que ingresó al seminario de Quito para hacerse monje jesuita. Sin embargo, la clara inteligencia de Vargas Torres se hastiaría de la asfixiante política teocrática imperante en ese Ecuador, república recién nacida, que se postraba ya a los pies de sus captores: el fanatismo y la corrupción. La dictadura teocrática de García Moreno y la violenta cruzada de la religión católica contra la razón y la modernidad científica terminarían por sepultar la fe y convertirlo en uno de los primeros mártires del laicismo y la libertad.

Serían justamente estas ideas las que defendería con las armas, formando ya en las filas de la revolución liberal. Sería derrotado y capturado el 7 de diciembre de 1886 para trasladarlo a Cuenca y escribir aquí una de las páginas más oscuras de cuantas se han escrito en nuestro suelo. Aquel simulacro de justicia ante un Concejo de Guerra que inició el proceso con la sentencia de muerte ya redactada.

Y la muerte llegaría. Formaría el pelotón de fusilamiento un 20 de marzo de 1887. El pueblo que llegaba a la primera misa de las 7 de la mañana asistiría también al ajusticiamiento de los herejes.  De los masones. De los liberales. La descarga de los fusiles llegaría certera con la primera campanada que llamaba a la comunión. Sin embargo, como la historia nos ha repetido hasta el cansancio, las personas mueren, más no mueren sus ideas. Por el contrario, la sangre derramada en el infausto asesinato sería la semilla de la innumerable revolución liberal. Misma que triunfaría finalmente, un día como hoy, 5 de junio.

El modesto obelisco continúa en pie, recordándonos esta vida ejemplar. Y allí, a sus pies, aparece una solitaria rosa cada 5 de junio. Y lo hará todavía, cada año, al menos mientras yo viva… (O)