Hermelindo

Juan F. Castanier Muñoz

OPINIÓN|

Se llama Francisco Hermelindo Velásquez Castro, tiene 75 años de edad y vive solo, casi en la indigencia, en un barrio pobre de Guayaquil. La historia de Hermelindo se parece un poco a la de Aladino, ¿recuerdan al personaje de la lámpara maravillosa?, pues, así como a Aladino se le apareció el genio de la lámpara y se ofreció a concederlo tres deseos, a Hermelindo se le acercaron unos empleados de la prefectura del Guayas o personas vinculadas a los contratos de esta institución, para ofrecerle la gerencia y la presidencia, respectivamente, de dos empresas contratistas del gobierno provincial. ¡Imagínense!, en un abrir y cerrar de ojos Hermelindo se convertía, con tan solo firmar un par de papeles, en todo un empresario. El un contrato, por 80.000,00 dólares, era para elaborar una proyección estadística a través de muestreo aleatorio de tomas de pruebas rápidas para Covid-19 y el otro, por una cantidad similar, para la organización de eventos deportivos.

Esta práctica perversa de aprovecharse de la necesidad de la gente o de su ingenuidad, para convertirla en cómplice de negociados sucios y malolientes, no es nueva en el país. Los bancos quebrados de hace 20 años ya la utilizaron con “éxito”. Pero ahora, con algunos actores nuevos y otros perfectamente conocidos por su trayectoria, se ha conformado una verdadera plaga, agresiva, hambrienta y terriblemente “eficiente” para la depredación y el saqueo de los dineros públicos. Se llega a la desfachatez, como en el caso del socialcristiano Morales, de defender la participación de don Hermelindo en los contratos de la prefectura y, una vez ya fugados, de involucrar a su esposa y a sus dos hijastros en los fraudulentos manejos institucionales. Bien haríamos los ecuatorianos en recordar a todos aquellos que se enriquecieron ilícitamente durante la pandemia, con el calificativo de los “miserables”.

La actuación de los jueces que dictaron medidas cautelares para Morales y Bucaram, llana y sencillamente fatal, un monumento a la indolencia, a la impunidad. Tiempo suficiente para destruir pruebas, para forjarlas a su antojo. Los peces gordos en libertad ¡otra vez!  (O)