El negocio de ser independiente

Mario Jaramillo Paredes

OPINIÓN|

La historia de nuestro país es abundante en ejemplos del gran negocio que resulta ser “independiente” para muchos legisladores que, con ese pretexto, pueden votar por el mejor postor. Hay independientes que son tales porque no comulgan con ningún partido. Y tienen todo derecho. Pero también hay los que con ese membrete quedan libres para negociar su voto. En estos mismos días, un grupo legislativo autocalificado como independientes, tiene a varios diputados juzgados por haber negociado cargos en hospitales públicos y en la adquisición de medicinas.

En la práctica -aquí y en todas partes- los legisladores se alinean votando a favor o en contra de un gobierno. En ese contexto, los “independientes” frecuentemente son los que deciden la balanza. Y esos votos cuestan bastante.

Es ampliamente conocido que los diputados en la Revolución Francesa de 1789 ocupaban dentro de la sala de sesiones, posiciones definidas. Los que tenían más cercanía con la monarquía constitucional se sentaban en la parte derecha de la sala. Y los que estaban por un estado republicano, tomaban asiento a la izquierda. De allí surgió aquello de derechas e izquierdas. Los debates eran duros y a veces sangrientos. Jacobinos, girondinos y cordeleros eran gente convencida y luchaban por sus ideales. Esas luchas terminaban frecuentemente en la guillotina. La jerga de aquel entonces calificó a los de la izquierda como la montaña y a los de la derecha, como la llanura. A los del centro-despectivamente -les llamó: el pantano. Y a sus diputados, los bautizó como sapos. Hoy la historia se repite con especies autóctonas de batracios legislativos en nuestro país, en donde sapos endémicos han dominado el escenario por cerca de una década y media. (O)