La pálida Teresita

Rincón de Cultura Jorge Dávila Vázquez

OPINIÓN|

Me escribe al Facebook, una dama que firma Virginia. Como lo que me dice me parece muy importante, lo comparto con Uds.:

“Lindo su artículo LOS AMORES IDEALES. Todo lo que cuenta a en él tiene un valor cultural, indudable, pero ¿por que detenerse en Silva, no avanzar hasta Dávila Andrade, y optar por un muy buen poeta como Eduardo Carranza, cuyo precioso “Soneto a Teresa”, justamente, ¿ha motivado este mensaje? En diversos artículos y estudios, Ud. demuestra que conoce bastante sobre el autor de “Boletín y elegía de las mitas”, que creo es medio pariente suyo, entonces ¿por qué no decirnos quién es la Pálida Teresita de uno de sus poemas más bellos, que se inserta bien en el tema de los amores tratados en su nota?”

Le he respondido en la página de la red más o menos lo que voy a decir ahora, por si hubiera entre los amables lectores, alguien que comparta las inquietudes de Virginia.

Trabajo sobre la obra y la vida del mayor de los poetas cuencanos de todos los tiempos, Dávila Andrade, desde la década del 80, en que realicé -por encargo de Juan Cordero Íñiguez- una investigación y recopilación -nunca total, ciertamente- de su prosa y verso. Fue una labor ardua en la que conté con el apoyo de mucha gente, pero de manera particular, de mi esposa, Eulalia Moreno y de mi gran amiga Laura Romo de Crespo (Q.E.P.D.)

El resultado fueron mil páginas, en 2 tomos, auspiciados por la Pontificia Universidad Católica, Sede en Cuenca (Actual UDA), cuyo Decano Administrativo era el doctor Cordero, publicados, con el apoyo fundamental del Banco Central del Ecuador, en 1984.

Esto explica que conozca algo de la gran labor literaria de Dávila, que no era “medio pariente” mío, si no mi tío carnal.

Descubrí así, entre otras cosas, que muchas de las amadas del poeta eran seres idealizados, entre ellas, primordial en su primera época, su prima hermana María Luisa Machado Dávila, muerta en enero de 1946, de algún mal devastador. El amor del Fakir por esa mujer culta, delicada, bella, era, según testimonios de época, platónico. Nunca la llamó por su nombre: En “Carta a la madre” es María Augusta”, en “La casa abandonada”, María Eugenia, y en su gran poema la identifica con Santa Teresita de Lisieux, por sus padecimientos. ¡Seguiremos! (O)