Quino

Andrés F. Ugalde Vázquez

OPINIÓN|

Ciertamente vamos a extrañar. Tu nombre que ahora la historia recordará enternecida, desde el pasado viernes, cuando decidiste dejarnos sin todo ese irremplazable humor y tu irreverente sabiduría. Joaquín Lavado o “Quino”, como te recordaremos los que te queríamos, que éramos todos.

Dicen que nunca tuviste hijos y yo no estoy de acuerdo. Tuviste, claro que tuviste, una sola hija, maravillosa e irrepetible, llamada Mafalda. Esa pequeña y contestataria nena que odia la sopa y ama los Beatles, a la que cultivaste durante más de sesenta años, hasta convertir sus dulces historietas en un espejo a cuerpo entero de nuestra sociedad, junto a los entrañables personajes que inventaste: el Guille, su hermano menor que tenía por mascota una tortuga llamada “Burocracia”; Felipe, ese pelado perezoso y despistado que mantiene intacta la maravillosa virtud de la sencillez; Manolito, aquel ignorante y materialista mocito de cabeza cuadrada y gran corazón; y Miguelito, el pequeño filósofo siempre perdido en profundas reflexiones. Y por supuesto, la inolvidable Libertad, de personalidad incendiaria abiertamente opuesta al sistema, que dibujabas pequeñita a propósito, para mostrarnos toda tu indignación por la democracia perdida. Y claro, la inolvidable Mafalda. Esa que nos decía con urgencia que “si uno no se apura a cambiar al mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno”; esa pequeña de la que se enamoró Humberto Eco y helo la sangre del Generalísimo Franco, que le hizo el honor de prohibirla.

Por eso tu obra, lejos de una tira cómica, es una lectura tan necesaria para la vida como lo serán Platón, Hemingway o Víctor Hugo. Necesaria para aprender que “en este mundo hay más problemólogos que solucionólogos” y que “…no es necesario decir todo lo que se piensa, lo que si es necesario es pensar todo lo que se dice”. Puedes irte en paz maestro, con la certeza de que has hecho de este mundo un lugar mejor. Y sí, seguramente hoy Mafalda estará triste, como lo estamos todos. Pero solo un poco, porque en realidad no te has ido, ni te irás. Hasta pronto maestro. Y gracias… (O)