En memoria de los que se fueron

Edgar Pesántez Torres

El dos de noviembre dedicamos a recordar a aquellos seres que nos antecedieron en dejar este mundo. Para el más impávido el Día de Difuntos envuelve nostalgia, angustia y añoranza, porque traemos al presente vivencias de seres queridos que se fueron intempestivamente o porque se acogieron al ciclo biológico que sentencia el fin.

Hasta hace un año atrás la gente se dirigía en procesión, vestida de negro o morado, a la ciudad de los muertos, llevando espermas, flores, rosarios, estampas y utensilios para podar la hierba que cubría el sitio donde yacían sus amados. En los camposantos se rezaba letanías, se conversaba del pasado hasta las lágrimas; algunos hasta comida y bebida llevaban a la velada para fertilizar la memoria, y los emotivos afianzaban sus madrigales surgidos desde el silencio de los caídos.

Ahora hasta estos rituales están prohibidos por miedo de acompañar por siempre a los visitados. No obstante, sirva esta fecha para reflexionar que los extintos nada se llevaron ni riquezas ni glorias ni poder. Su permanencia en este mundo fue corta, así que algunos bordearon la centuria, pero al fin se convirtieron en polvo…

Si la vida es efímera, mucho más es el poder de la índole que fuere. Así se demuestra con los ricos y dictadores que quisieron eternizarse en el la gula de poder y riquezas, sin asumir que todo es fugaz y perece con el tiempo. Ingenuos estos y otros del mismo jaez que piensan que con el imperio pueden permanecer sin fin. ¡Incautos que no advierten la inexorabilidad de la existencia!

La eternidad no es de este mundo sino de otro. ¿De cuál? Nadie sabe. Por lo menos ahora no se culpe a los muertos de dejar solos a los vivos, como si la muerte fuera un acto voluntario del difunto. Déjese de increparles con aquello de ‘¿por qué me dejaste?’ Responsabilizar al muerto de su ´viaje final´ es una ira irracional que debe cambiarse, mejor por el ´ ¡espérame pronto! ´

Emplacémonos mejor en la coherencia y en la intuición de la vida con la pregunta ¿qué hacemos y qué dejaremos a los que quedan? Tomemos conciencia de la sentencia de Jesús al deudo que gemía por su pariente fallecido: “Deja a los muertos llorar por los muertos, y vive con y para los vivos…”  (O)