Única y bella

Aurelio Maldonado Aguilar

Desde una de sus esplendidas colinas que rodean el gran valle, el Cacique cañari, arrobado, miraba el maravilloso valle, que en aquel momento del año se encontraba repleto de flores como un manto amarillo refulgente y cuyo perfume cundía en brazos de una brisa fría y tenue, en la cual aleteaban colibríes en busca de mieles y un rumor de aguas cantarinas, emergía de regatos fríos de sus ríos. Haremos en este hermoso valle nuestra ciudad, tronó el cacique de piel morena, torso amplio y penacho real. Se llamará Guapondelig (llanura tan grande como el cielo) dijo y ordenó la construyeran con amor. Pasaron los años y llegaron los invasores dueños del sol y un inmenso imperio, quienes lucharon infructuosos contra los bravos Shiris y cañaris y solo viendo la posibilidad de doblegarlos mediante alianzas y caricias, nació el gran Huayna Capac en el bello valle de ríos y luceros, aunque el Cuzco reclama por su cuna, más la historia cuenta a su manera y las dos cosas son ambas ciertas dentro de su magia. De algún mirador de sus colinas, nuevamente, el inca desde su ushno (trono o silla de manos) embelesado sucumbió a la belleza del valle y viendo miles de sigsales ondeantes y plateados que simulaban filosas navajas movidas por las manos  de fragantes vientos, ordenó se construyera una ciudad, segunda en importancia en su imperio, cuyo nombre sería Tumipamba (planicie de cuchillos) y las piedras de andesita anguladas y perfectas del incario levantaron la ciudad inca renaciente de cenizas cañaris, fabricando  oratorios y aposentos para el inca y sus Ñustas en Pumapungo (entrada del puma) escenario de glorias y guerras fratricidas. Pasó el tiempo en vendaval insólito y cruzando mares con armas letales como la biblia, la cruz, el caballo, la pólvora, llegaron rubios de ojos claros, para cambiar la historia. Ramírez Dávalos, el ibérico personaje, enamorado del valle y mirándolo desde la misma atalaya en que miraron los anteriores monarcas indianos, fundó Santa Ana de los cuatro ríos de Cuenca. Y claro, ¿dónde hubiese encontrado un valle más hermoso en toda la tierra? ¿Dónde podría hallar una planicie con cuatro cristalinos ríos que cantan y deleitan y que extrañamente decidieran viajar a través de todo un continente para que sus aguas lleguen al Atlántico lejano? Nosotros hoy, 200 años independizados, somos orgullosos mestizos de piel canela y ojos claros, que honramos a la más bella urbe que teje sus trenzas indianas bajo pañoletas de España. Viva Cuenca, la reina de los Andes. (O)