Paseo relámpago    

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Una mañana soleada de la semana pasada, nos dimos cita las amigas que viajamos a Crucita el año anterior para emprender un nuevo paseo, uno relámpago, de esos que le dejan a uno con las ganas de regresar. A media hora de la ciudad asomaron los pastizales sembrados de ganado, las lomas verdes y complacientes, las flores silvestres, un cielo azul topacio y la sempiterna paz de Tarqui que recorría a nuestro lado los caminos de tierra que hace veinte años frecuentábamos.

La cancha de los temerarios partidos de volley, la casona vieja y la fuente de piedra de la que manaba abundante agua en Carnaval, ya no existen. Pero la casa principal y el granero viejo de adobe con sus puertas verdes y sus vigas oscuras, tenebrosas y apolilladas, siguen de pie. El granero fue perdiendo su personalidad cuando empezaron a embodegar un sinfín de cosas inútiles y también algunas útiles como las que necesitábamos esa mañana para no tostarnos bajo el sol: una mesa redonda, unas sillas y el parasol rojo con blanco del año “anda y vete” que se abrió caprichosamente con un sistema de manivela. Ya instaladas ante un paisaje de ensueño, nos dimos la bienvenida con un trago mientras rodeadas de un halo de nostalgia, rememorábamos los recuerdos que, silenciosos, nos observaban de cerca. Como cuando jugábamos Carnaval con huevos y harina y luego, titiritando de frío, nos calentábamos con canelazos. O cuando hacíamos barra a los jugadores de volley y el equipo ganador se llevaba una “tocha”. O cuando luego de hacer dormir a los “guaguas” nos dedicábamos a la guitarreada hasta la madrugada.

Más tarde, después de un almuerzo frugal, comparábamos los tiempos idos con los de ahora mencionando entre risas a los achaques que, sin ser invitados, aparecieron inclementes con el paso de los años. Que las medias para las várices y las pastillas para la digestión, que los zapatos sin tacón y la ropa cómoda y floja, y de trasnochar, ni hablar. Que hay que taparse los oídos cuando pasa una ambulancia y que la cobija térmica es una maravilla para el congelador que es a veces Cuenca.

Como la narración de los hechos es algo implícito en nuestros paseos, me advirtieron que “cuidado me olvide” de relatar el achaque rarísimo de la que nos lleva más años: la mascarilla le produce sordera. Abogo por más paseos relámpagos… muchos más. (O)