Violencia

Claudia Acosta A.

Vivimos en un mundo connaturalizado con la violencia, de una forma u otra la vivimos en nuestro día a día, en situaciones de las que ni siquiera tenemos conciencia pero que la normalizan; como padres por ejemplo, ¿nos damos cuenta de los videojuegos a los que nuestros hijos acceden?, ¿las series que ven?, ¿cuáles son los héroes o quizás antihéroes que admiran?, ¿qué valores o antivalores les motivan?;  con pena podría decir que, para la gran mayoría de nuestros niños y jóvenes, lejos está el deseo de fortalecer la bondad, la sencillez, la paciencia, la tolerancia, la compasión… son palabritas que de vez en cuando las escuchan, pero no necesariamente les atrae cultivarlas ni trabajarlas… desean ser poderosos, ricos, exitosos, fuertes; son las características que el mundo les exige, que las ven como necesarias para poder sobresalir, subsistir, ser valorados, ¡existir!

Nos desenvolvemos en sociedades fuertemente competitivas, y la competencia tiene una gran carga de violencia; nos desenvolvemos en un mundo que idolatra el poder, y todo acto de violencia, sin excepción es un acto de abuso de poder (del fuerte hacia el débil); ¿cómo es nuestra política, en qué se centran los discursos de quienes la representan?; con frecuencia los políticos y candidatos más populares son los que más atacan y agreden en sus discursos, ¡de alguna manera el grito y la prepotencia les da fuerza!. El libre capital y una economía basada en la concentración de recursos y oportunidades en muy pocos, mientras la mayoría se debate en la ignorancia y el hambre ¡es violencia!  Nuestros hábitos de vida y de consumo son lo más violento que hay; desde nuestra alimentación, somos depredadores insaciables, matamos a miles de animales para “alimentarnos”, hemos explotado sin pena, misericordia ni inteligencia todos los recursos del planeta, creyéndonos dueños y señores de la vida,  hemos arrasado con vegetaciones enteras, bosques, especies animales,  para saciar no nuestras necesidades de vida, no nuestra sobrevivencia, sino una supervivencia donde la excentricidad y la locura nos hace llegar incluso a admirar, valorar y desear.

Y entonces ocurre que, cuando la violencia tiene nombre y rostro, todos apuntamos hacia ésta creyéndonos no ser parte, sin darnos cuenta de que, todos de alguna manera estamos inmersos, somos responsables, sí, ¡cada uno de nosotros miembros de la humanidad somos responsables de cada acto de violencia que en ésta se da! (O)