Capulí; un árbol mítico

Tito Astudillo y A.

Sembremos corazones de Cañaris para ver qué fruto dan…, había proclamado Atabalipa, sentenciando así, a los guerreros defensores de estas tierras sometidos en los llanos de Tomebamba, desde entonces Tumipampa( valle de los tumis) para inmortalizar el arma ceremonial de los vencedores; y del corazón de estos leales guerreros, nacieron los capulíes, contaba mi maestro de tercer grado, para motivar su clase de Lugar Natal y orientar conocimientos, razón y sensibilidad hacia nuestra historia y entorno de colinas, ríos, sauces y capulíes.

Sin ser exclusivo de nuestra región, es un árbol emblemático de esta tierra y de la cotidianidad campesina regional, componente ineludible de nuestro paisaje pese a la constante poda y tala con fines utilitarios, ahora mismo está floreciendo; su madera es un lujo casi inalcanzable, del que quedan testimonios como esa bella catedral de madera de capulí que es la iglesia de Zhidmad, algunas construcciones vernáculas y cabezas de arado preferidas por los labriegos de esta heredad. Lamentablemente desplazado, con fines ornamentales, por especies exóticas en parques, avenidas y orillas de nuestros ríos, en donde, además, es parte de la cadena alimenticia de muchas especies de pájaros, justo ahora cuando el avistamiento de aves es un producto turístico muy buscado; es parte de la gastronomía regional, expresada en su fruto, indescifrable de aromas, texturas, sabores y preparados.

Es parte de “lo real maravilloso” del paisaje morlaco cantado por músicos y poetas: “un sombrero de toquilla debajo de un capulí…”, clásico pasodoble de Rafael Carpio Abad; “Vengan les dijo el árbol de capulí. salten rápido… Orgulloso el capulí entraba al paso, trotaba, galopaba. Era un solo remolino de relinchos” del poema, Regreso a la Montaña Dorada, de Rubén Astudillo y A; dos ejemplos, solamente, que identifican al capulí con nuestra música y poesía.