Después de la pandemia

Marco Carrión Calderón

Abundan los criterios, no sé si optimistas o seudofilosóficos, que anuncian la alborada de una nueva vida cuando se supere la tragedia de la pandemia. Piensan que nos volveremos más solidarios, más comprensivos con los seres humanos que no tienen con qué ni en donde vivir, que las instituciones privadas de salud, de economía, serán menos egoístas y que se vivirá mejor con una más decidida intervención estatal en todos los campos del convivir –es decir la utopía del siglo XX, el socialismo fracasado, bueno para las teorías únicamente- Hay los que creen que los sistemas educativos van a mejorar, con un desarrollo de la informática para volverlos asequibles a sectores más amplios de la población, sobre todo de escasos recursos reducidos, etc.

Si hemos sido testigos, indignados y enfurecidos, de cómo desde este gobierno ladrón se ha seguido con los latrocinios más infames, sin respetar siquiera el dolor, la enfermedad y la necesidad de los pobres, con la impunidad garantizada desde Carondelet, Asamblea Nacional, Cortes, etc., por más que de labios para afuera aseguren lo contrario, entonces ya sabemos que no cambiará nada, que todo seguirá igual o peor que antes. Que las enseñanzas del prófugo refugiado en Bélgica se mantienen incólumes y que los borregos y las borregas de la Asamblea están firmes en sus malas mañas y en su respaldo a la impunidad que fue el mayor empeño del correato.

Y sobre Dios, ¿qué dirá la gente después del fracaso de la más grande bendición del Papa, la Urbi et Orbi, que creyeron libraría al mundo del desastre de esta pandemia? ¿o de la bendición de un Cardenal, sobre Guayaquil, desde un helicóptero, que no logró conjurar la “ira” y el “castigo divino” –como dicen algunos fanáticos- y cómo la humanidad y los pobres, especialmente, siguieron y siguen cayendo en gran número? (O)