Renovación en la Universidad

Edgar Pesántez Torres

Dos elecciones trascendentales para el país y la ciudad se acercan: las nacionales que elegirán a las máximas autoridades del país -aspirantes brotados como gusanos de difunto- y las locales que nombrarán a los regentes de la Universidad de Cuenca. Ambas merecen la atención de los electores, porque de la buena selección se jugará la rehabilitación del Estado y la Universidad. Sí, reivindicación, que de sus gobernantes dependerá salir de la crisis en que se encuentran.

Por ahora preocupémonos de la Universidad, otrora referente de la ciudad y la región, cuando ella estaba dirigida por ciudadanos de alto nivel intelectual y honradez académica. Recuérdese que la educación del país en general se quebró con el advenimiento de un gobierno atolondrado y enloquecido, que imaginó que la ciencia y la técnica debían ser patrimonio de la educación.

Los secuaces del totalitario seguían sus directrices, cuya orientación tenía que ir hacia la “nueva matriz productiva” de eficiencia y progreso, no de desarrollo ni de humanismo. Lo que tenía en mente el revolucionario de la ciencia y contrarrevolucionario de las humanidades, era que las actividades se encaucen hacia el cultivo de réditos inmediatos y el aborregamiento de sus mandados.

Felizmente se fue el señor de moño que dirigía la Senescyt, no obstante, quedaron discípulos hasta terminar periodos mañosamente heredados. Hoy es tiempo de sustituirlos por académicos que miren a los centros de educación superior más allá de la combinación ciencia y técnica como dualidad para el progreso, y más bien apuesten por otra que tenga por misión vivir humanamente que no discurre ajeno al desarrollo de la nueva concepción del mundo.

La Universidad debe retome la filosofía por la que fue creada, examinando distintas visiones con sus particularidades en las diferentes épocas. Por cierto, el pasado no tiene que servir para el misticismo nostálgico sino para la cosecha de un mundo expectante, con nuevos senderos de contemplación y sustentación que forje un tiempo todavía ausente: el futuro.

En este tiempo asediado por la omnipresencia sombra del pensamiento único y el utilitarismo, la Universidad debe retomar el protagonismo que tuvo antes, aquel de aportar a un mundo más justo y enaltecedor.  Para ello requiere de hombres de alta capacidad intelectual con dones científicos y humanistas. ¡Que no quede rastro de seguidores del pasado oprobioso! (O)