¿Y esto, con qué se come?

Gerardo Maldonado Zeas

En el año 1999 la inflación en Ecuador fue del 90 %; el tipo de cambio pasó de 884 sucres en 1990 a 25.000 a inicios de 2000, haciendo insostenible la política monetaria con moneda propia, para entonces optar por la dolarización. Desde esa fecha con los tropiezos que se dieron en los primeros doce meses, el estar dolarizados le devolvió a la clase media y baja, la capacidad de comprar con certeza sin incurrir en la penuria de constantes alzas de precios; y a los diferentes gobiernos, el convencimiento de saber que la maquinita para devaluar, o emitir moneda sin respaldo, ya no existía.

El Ecuador cumplió 20 años de esta decisión valiente, curiosamente la edad de un muy buen número de ciudadanos que en las próximas elecciones se acercarán a votar, sin haber conocido el pasado negro de las devaluaciones e inflaciones galopantes generadas por la irresponsabilidad en el manejo de la política monetaria y cambiaria de gobiernos insensatos, a los cuales el tiempo les condenó por sus acciones.

Pensar en propuestas como la del candidato del populismo correísta Arauz, de una “desdolarización amigable”, es realmente un disparate, con consecuencias insospechadas que conduciría a un descalabro total de nuestra economía, para convertirla en poco tiempo en otra Venezuela, que hoy tiene una inflación anual del 6500 %, un porcentaje aberrante, satánico, imposible de sostener.

Los padres de familia de quienes están en edad de votar, hablemos del grupo de 18 años a 30 años, que no han conocido la penuria del maltratado sucre, tienen una responsabilidad histórica para recordarles en donde estamos, y cuanto ha contribuido el dólar a la confianza de vivir en una economía real. En estas horas en las cuales tratan de “viralizar” una serie de propuestas temerarias como la desdolarización, la economía ficticia ubicada en la “nube”, la renta básica universal a ser pagada con dinero electrónico como propone Yaku Pérez. Nos preguntamos: ¿y esto con qué se come? Ya es cuestión de responsabilidad familiar, para después no lamentarnos para toda la eternidad. (O)