Regalos navideños

Por: Claudio Malo González

Navidad es la fiesta de los niños, los que hace varias décadas dejamos esa edad, volvemos con nuestra mente a aquellos tiempos idos, la década de los 40 en mí caso. Papá Noel no se había ecuatorianizado y dejábamos los zapatos la noche del 24 en la ventana para que el Niñito nos deje el esperado regalo. Eran juguetes que los disfrutábamos con inigualable alegría. Al regalo navideño sólo teníamos acceso los niños y los mayores gozaban de esta fiesta de otra manera. La misa del gallo, a la medianoche, era sólo para ellos, ya que los niños temprano nos metían en las camas.

Los regalos se han generalizado con intensidad y, con ilusión para unos y molestia para otros, hay que pensar a quienes debemos regalar y qué. Desde una visión tradicional regalar es compartir, desprenderse de algo para agradar a otros. En todas las culturas hay esta práctica en ocasiones y de maneras diferentes. Se cree que en la nuestra, se origina en el regalo de su magro fiambre que hicieron los pastores al recién nacido como demostración de solidaridad. No fueron a ningún almacén a comprarlo, lo sacaron de sus humildes bolsos para llegar con profundo afecto al recién nacido en el portal.

La generalización de los regalos tiene un aspecto positivo: compartir con el mayor número de personas, pero esta práctica se obscurece cuando se torna una obligación y un compromiso y, a veces, una competencia. En algunos casos el que recibe se llena de objetos inservibles y algo que ha recibido se convierte en regalo para cumplir un compromiso con otros, con el debido cuidado para que no retorne al que lo dio.

En la forma actual de los regalos navideños hay grandes ganadores: los que los fabrican y venden que incrementan sus negocios como en ninguna época del año. (O)