Réquiem por piedad

Jorge Dávila Vázquez // Rincón de Cultura

En estos tiempos tan duros, de encierro y silencio, evaluamos las cosas buenas y malas que hemos tenido a lo largo de la existencia.

Entre lo mejor de mi vida está mi relación con la familia política.  Debo reconocer públicamente que nunca tuve, y quiera Dios que jamás tenga, un malentendido con ninguno de mis parientes por Moreno o por Aguilar.

Una de las personas más cercanas a mi corazón, fue siempre Piedad Moreno Moreno. Me encantaba su percepción del mundo, la realidad, la cultura, el arte, su sentido del humor, su capacidad de reír y apreciar el ingenio ajeno. Su carisma le permitía relacionarse con la gente, respetuosa y cordialmente.

Casada con Luis Pretti, administraba su taller fotográfico y apoyaba la publicación de su revista Sur Ecuatoriano. Su pasión por las manifestaciones culturales le hacía ser parte del público frecuente de exposiciones de arte,  presentaciones de libros, recitales, conciertos. Todo le causaba placer y era objeto de su rica y variada conversación.

Parecía dotada de una energía inagotable, pero el perverso cáncer iba por dentro, minándola implacable.

Ahora, en estos días terribles, se ha ido para siempre. Nos quedan su alegría, sus recuerdos, el entusiasmo con que hablaba de su familia, su inolvidable padre, José Moreno Serrano, hijo del poeta Miguel Moreno, y de su madre, Rosita, parte de una de las familias más ilustres y cultas de la urbe, los Moreno Mora; la felicidad que le proporcionaba el arreglo de su colección de Nacimientos, en la época navideña, el gozo de escucharle sus memorias de las vacaciones en las haciendas de Tarqui; el cariño con el que pintaba a sus tíos, paternos y maternos, a sus primos, a los que sentía parte de su alma; la emoción que ponía al evocar las casas de su infancia, su juventud y su madurez.

Sus hijos y nietos ocupaban un lugar muy especial en su amor, y siempre los mencionaba con infinita ternura.

Querida Piedad, Pía, Peggi como te llamaban amistades y parientes, ahora estás en el corazón de Dios. Él hará que enciendas cuidadosa, esa luz legendaria, que los poco instruidos llamamos “la estrella de Belén”, y que te quedes contemplando la escena del Nacimiento real, por toda la eternidad, en paz y con su divina compañía, incomparable y paternal. (O)