Prisa y precipitación

La aparición del virus COVID-19 que generó una pandemia mundial fue un duro reto a la sabiduría y el poder humanos. La confianza en la omnipotencia de los avances tecnológicos y científicos fue cuestionada. Ha tenido que transcurrir casi un año para que se desarrollen vacunas cuya eficiencia y consecuencias requerirán un tiempo para demostrarse. Se inició la semana pasada el proceso de vacunación en nuestro país con vacunas que hace poco tiempo ya se administraron en otros Estados, pero es explicable la duda sobre su real eficiencia y efectos en relación con las de otras enfermedades que desde hace largo tiempo se usan.

Como toda innovación, ha dado lugar el proceso ecuatoriano a críticas y cuestionamientos, de manera especial en el ordenamiento del proceso. En cuentos de hadas podrían existir vacunas que de la noche a la mañana se administren a todos los habitantes, pero en este caso es inevitable esperar algún tiempo a que llegue a todos los ciudadanos de un país. Es innegable que en situaciones como las que vivimos se requiera prisa en investigación y administración, pero no cabe por estas presiones incurrir en precipitaciones que pueden acarrear consecuencias nocivas. Si se trata de la salud este equilibrio entre la prisa y las aplicaciones es indispensable ya que no se puede poner en riesgo la vida humana.

Se ha planificado el proceso de vacunación en un período de tiempo para que llegue a un elevado porcentaje de población, entendemos que tomando en cuenta una serie de factores y riesgos. Todo es discutible, pero hay que dar la debida importancia a la gestión gubernamental. Como era de esperarse, se han dado ya críticas precipitadas que carecen de suficientes elementos de juicio y se fundan con frecuencia en intereses egoístas. Más allá de las personas individuales, está en juego la salud de todo un país y debe prevalecer el bien común sobre el egoísmo. Creemos que se ha dado un paso importante. Para evaluar sus resultados debemos esperar un razonable tiempo.