La graneada y el carnaval

Eduardo Sánchez Sánchez

Imposible no recordar aquellos dorados años en que armados de travesuras, nos reuníamos para buscar los mejores árboles que ya habían sido seleccionados a picotazos por los catadores: chugos, mirlos, chirotes y gorriones,  ellos tenían un título de Masterado para encontrar lo selecto en el mundo de los higos, duraznos, peras, claudias, zacsumas, mirabeles, capulíes y otras frutas de temporada, que se habían preparado con rigor siguiendo los mandatos de clima, lluvias y cuidado del jardinero,  del gustoso frugívoro que había podado, abonado y fumigado los árboles, que a manera de trofeo se visten de seductores aromas y colores en las vísperas de las carnestolendas, llenando cestos y mercados, mesas y placeres de palatabilidad  de quienes disfrutan de este galardón de la Naturaleza.

La “graneada” debía ser planificada por la jorga de guambras, desde la víspera, implicaba un líder, usualmente era el primo mayor. Debíamos llevar “pallca”, deseo de caminar, subirse a los árboles, algún cesto para colectar la fruta y buena hambre para el disfrute de sabores y aromas de “cosecha”. No faltaba una caída, un golpe de accidente y el placer de compartir con los compañeros, el deleite que no tiene la fruta comprada, aunque venga del extranjero, porque Cuenca antaño tuvo buenos cultores, había interés a punto tal que muchos amplios jardines de la ciudad, fueron espacios destinados a una verdadera selección de los mejores clones, injertos y disfrute familiar y de amistad alrededor de estos sabores de temporada.

Jugábamos el carnaval adelantado, lanzando agua y piropos a las chiquillas que salían de sus colegios, había gritos y sonrisas, aciertos en el lanzado de las bombas y otras  mala puntería. El auto del amigo fue el cómplice de estas juveniles travesuras que se impregnaron en la retina del recuerdo. (O)