Carnavales

Aurelio Maldonado A.

Todo ha cambiado en el trascurso del tiempo y hoy mucho más por la pandemia. Las remembranzas de carnavales que vivimos son cosa del pasado, como son también extraños y prácticamente mágicos los que  vivieron los abuelos, en acciones en las cuales contaban con nostalgia, llegaron incluso a jugar a guapas pretendidas con polvo de oro, cuando el mineral “flotaba”-término mágico para un mineral pesado- en los causes de ríos prístinos de nuestras serranías, especialmente aquellos de Sigsig y Chordeleg, de donde y en botellitas vistosas, lo guardaban con fruición durante todo el año para esta especial estratagema. Los cascarones constituidos por huevos rellenos de colonias que se lanzaban antes de sobrevenir el látex y el caucho, ya no fueron contemplados por nuestras generaciones, siendo un perdido recuerdo que se terminará de ir en las nebulosas del tiempo, junto con los últimos cuencanos que aún viven y que jugaron con ellos, al igual que el “aguapeseta” especie de coima para evitar salir empapado.

Nuestros recuerdos, viejos ya en décadas, rememoran nítidamente la acción casi bélica de turbas empapadas y feroces, que deambulaban por la sitiada ciudad con la algarabía propias de la fiesta, tomando por asalto y en verdaderas batallas a muerte, las piletas de la recoleta ciudad que aún existen, como aquellas de San Blas, San Sebastián, la Solano, en las cuales no quedaba un pedazo de cuerpo seco, acompañando el asalto con una de las más poderosas armas conocidas en el momento, el canelazo, que luego del “emparamamiento” respectivo, humeando mejoraba el ánimo y la temperatura corporal de los asaltantes, evitando resfríos y pesares. Además, reuniones en familia y amistades, donde el infaltable cerdo con cascaritas, chicharrones, chicha, morcillas, sancochos, mote y tostado, se repartía alegre y generosamente y al final del día, con ropas prestadas, unas largas y grandes y otras pequeñas, descalzos o en medias y muchas de las veces empolvados y enharinados, se terminaba bailando sanjuanitos y carnavalitos, alegre y disipadamente, entre tragos cálidos y dulces.

El tiempo pasó y los carnavales no son los mismos. Ahora la ciudad vive una especie de modorra y enfermizo silencio, pues todos huimos de ella para recluirnos en quintas de fin de semana y la pandemia y su aterrador contagio, terminó alejándonos conscientemente de una alegre fiesta, donde el agua reivindicada en consulta, es como siempre la reina. (O)