Reflexión

Ayer se inició la cuaresma, época en la cual, en el universo católico, se intensifican las prácticas religiosas ya que, después de las licencias del carnaval a la “carne”, hay que robustecer el espíritu como anticipo a la semana santa que recuerda la crucifixión de Cristo. En los últimos tiempos han disminuido los rituales religiosos. Hace algunas décadas las imágenes de los templos se cubrían con lienzos violetas como expresión del luto por este acontecimiento esencial al cristianismo. Se recomendaba a los fieles hacer penitencia que, hace un tiempo incluía castigos físicos pues el cuerpo era la fuente del pecado y había que castigarlo por promover pecados como la lujuria y la gula.

En nuestros días –sin negar importancia a las prácticas católicas- debemos la temporada de cuaresma dar más importancia a la reflexión interna. Nuestras vidas transcurren mediante múltiples relaciones con el mundo exterior, natural como humano, en las que están en juego una serie de intereses de diversa categoría, con el peligro de que el egoísmo tenga un nivel protagónico. No debemos olvidar que en nuestra estructura humana hay también un mundo interior que debemos tenerlo muy en cuenta para un crecimiento y desarrollo integral de las existencias, haciendo frente a virtudes y defectos que debemos afrontarlos desde adentro.

La reflexión es un camino muy apropiado para hacer realidad este propósito. Requiere un asilamiento de los problemas externos para autoanalizarnos sobre la manera en que estamos conduciendo nuestras vidas, sin poner en un plano secundario a las relaciones con los demás con quienes tenemos derechos, pero también obligaciones como la solidaridad, en el sentido amplio del término. Parte esencial de la realidad que vivimos son los valores inherentes a personas y objetos a cuyos planteamientos positivos debemos darles la importancia debida para estructurar nuestras personalidades partiendo de que el bienestar colectivo es tanto o más importante que el individual.