Herencia colectiva

 Claudio Malo González

La obsesión monetarista de los últimos tiempos, ha llevado a que, casi para todos, el término herencia se identifique con bienes materiales que la persona que muere no se puede llevar a otros mundos, por ambicioso que sea. La vida es un tránsito y luego de su final, dejamos huellas a los cercanos con los que hemos configurado las existencias y, aunque sea en mínimo grado, a la colectividad. Los herederos forzosos reciben los bienes materiales que, cuando son abundantes, es frecuente que generen rencillas en su reparto pese a “la paz de los sepulcros”,

Hay quienes al morir dejan herencias a la colectividad que superan la volatilidad de la moneda, ya que se incorporan el espacio no material de la vida.  La semana pasada nos dejó Luis Chocho y la herencia que dejó a la posteridad, de manera especial a los cuencanos, no puede ser cuantificada con todos los millones del mundo. Dedicó su vida al entrenamiento en un deporte poco espectacular: la marcha atlética que convirtió a nuestra ciudad en una potencia mundial al salir de sus filas competidores mundiales, entre ellos el único ecuatoriano que logró medalla de oro olímpica en Atlante 1996.

No se formó en algún importante centro del mundo, pero su voluntad y corazón suplieron con creces esa formación académica. Afable y amistoso, no cedió ante la férrea disciplina que requiere la práctica de un deporte no rentable, que, como el fútbol puede generar ingresos millonarios a algunas de sus estrellas. Forjó la personalidad de sus alumnos inspirándolos para llegar a cumplir un ideal. Todos aspiramos a algún espacio en la posteridad, Luis Chocho se lo ganó hace años y creó su propio monumento en la academia de marcha del Parque de La Madre que lleva su nombre. (O)