Retorno a la barbarie

Edgar Pesántez Torres

Aún persiste el pasmo que ocasionó el dantesco episodio del martes de la semana pasada en las cárceles de Guayaquil, Cuenca y Latacunga con el saldo de 79 presos asesinados a mansalva y el escarnio de cercenamientos innominables por bandas delictivas, en una suerte de contingencia de un mundo sin Dios.

Ese día recibí como primacía fotos y videos de los hechos macabros por monstruos que no son productos de la marginalidad sino de la norma, es decir, de haber sido moldeados por un ambiente fertilizado por la crueldad. Ipso facto iban a rodar por las redes sociales, de ahí que pensé deberían ser digeridas con el acompañamiento de anclajes cuidadosos.

Advino una catarata de comentarios biliosos, aviesos y abyectos que provocaron abundante cólera y arrebatos, anhelos bestiales e intimidaciones sórdidas que llevaban a dilogías espinosas y burdas hasta pedir la pena de muerte, propuesta asentida por una patulea y hasta por intelectuales ponderados y otros convencidos de que son.

Aleccionadoras fueron glosas de especulativos y maestros a quienes los remití las escenas macabras, entre ellos las del Rector de la Universidad de las Américas y del ex Vicerrector de la Universidad Espíritu Santo de Guayaquil, doctores Gustavo Vega Delgado y David Samaniego Torres, en su orden, cuyas apostillas merecerán otro comentario.

Pero también de profesionales de buena cuna, como aquel que me dijo: “¡Terrible Edgar!: Tocamos fondo como sociedad y país. Esta patria no debe ser la que vivan nuestros hijos y nietos. Es necesario cambiar todo, volver a refundar la sociedad, con valores de los que a nosotros nos enseñaron”. ¡De acuerdo Patricio!

Max Scheler y los que con él elaboraron una ética de valores (justicia, lealtad, libertad…), al acotar que no es lo mismo hablar de la justicia que de elegancia porque son dos valores con contenidos distintos, decían que son cualidades de cosas, de acciones y de personas que nos atraen, porque ayudan a hacer un mundo habitable y que la vida sea digna de ser vivida.

Cuando envié a otros de personalidad madura, apartados de la mojigatería, lo hice pensando ya no como educador formal sino informal, en la exigencia de contribuir a los sucesos del ámbito cotidiano, ponderando que hay que reconstruir la sociedad con el retorno a la enseñanza de valores universales, pero no con los mismo que asistieron al retorno a la barbarie.  (O)